Las cosas del Rey

No es cuestión de humanizar la institución, porque eso es imposible. Ni creo que se trate de amigarnos con el sujeto. La mayor parte de nosotros ya aceptamos hace tiempo la naturaleza singular de la persona, su aportación casi tanto como el plomizo fantasma del pasado que lo acompaña, sí o sí, en cada día de su reinado.

La mayor parte del tiempo nos ha caído bien – no hace falta reconciliar nada - sobre todo porque no teníamos noticia directa de sus actos. Pero no se nos puede pedir que aceptemos, punto en boca, una institución que es inexplicable por tantas y tantas cosas que no es cuestión citar ahora.

No se nos puede pedir que aceptemos una institución que es inexplicable por tantas y tantas cosas

Todo habría dado igual, es posible al menos creerlo, si no fuera porque el yerno ha dejado bien visible la naturaleza material que hay detrás del oropel y el formalismo institucional; lo que se esconde entre banderas y sonrisas, entre la proximidad y la penumbra: ese espacio intangible para nosotros, de sangre roja y caliente, que no llegamos ni a imaginar si no fuera por las conversaciones grabadas y reproducidas que vamos conociendo, los movimientos de cuenta, tan vulgares, las ansias de más y más, tan mortales, simples, banales y pueriles, como las de cualquier otro español, sin cuna ni linaje. Eso es lo que ha sorprendido, eso, y la cosa esa incómoda de los elefantes, por su falta de mesura, en este caso.

Falta, carencia, ausencia de normalidad, sí, lo sé, todo lo contrario que el yerno, tan factible, porque nadie conoce un solo español de carne y hueso, con pasaje de avión en toda regla camino de un lugar en medio de un país, al que ir acompañado de una señora, un rifle, un guía, una emoción, unos impulsos, un sentimiento estratosférico de pasión encendida que solo la sangre real es capaz de comprender en toda su magnitud, y pum, pum, pum, darle matarile al padre de Dumbo, o a su señora. Y aquí va una foto como cualquiera haría con su móvil pixelón a la puerta de un buen mesón, de merendola con la cuadrilla.

No es cuestión ahora de meter el dedo en la llaga, o de seguir con la mosca detrás de la oreja, mal asunto convertir en tragedia griega lo que ya fue disculpado. Pero, cuidado, me parece a mí, que insistir en los gestos hace que el despropósito se amplíe, nos crezca la tontería esta de intrigarnos por las cosas de Palacio, que se nos encienda la luz de la curiosidad, que nos encienda la duda metódica sobre el buen orden de las cosas. Ya saben, un preguntarnos más de lo debido. Mal asunto.

Y me temo que sin ser oro todo lo que reluce, la cosa no está para resplandores.

Rafa García-Rico - en Twitter @RafaGRico - Estrella Digital

Rafael García Rico