La vida, qué mala es
La tradición nacional sitúa la primera eliminatoria de copa en la órbita del cuento moral, tan querido por la prensa como odiada por el pueblo que es quien lo tiene que sufrir. No es sólo la lucha entre el grande y el pequeño; es la lucha entre el profesional bañado en oro y el amateur, el artesano que hace las cosas por amor sin apenas contraprestación económica. Esa elevación ética de quien cobra poco o nada por lo que hace, con la ilusión ilusionante como motor y causa, quizás esté detrás de una inteligencia de siglos del patrón español, que se saca la plusvalía arañando el sueldo del obrero hasta reducirlo a la mínima expresión. Total está aprendiendo –porque la vida es un aprendizaje - y además, tiene la oportunidad de hacerse a sí mismo mediante el esfuerzo y el espíritu de grupo, más puro cuanto menos dinero haya de por medio. El Xátiva tiene un presupuesto de 400.000 euros -lo que costó la balaustrada de oro y cenizas que decora el vestuario del Castilla- y una defensa pegajosa y bien ordenada, que se arremolinó alrededor de los jugadores madridistas en las inmediaciones del área, impidiéndoles el lucimiento y la goleada, que es lo que le quiso ofrecer hoy el Madrid a su parroquia; tan copera, tan inocente y tan festiva que parecía trasplantada de otro club, más risueño y menos neurótico.
Los que se acercan al Madrid para ser hinchas, entendidos, o para odiarlo sin pausa, lo hacen llevados por el fulgor del club, referencia catastrófica e inevitable que empequeñece a quien lo mira, y a la vez lo eleva hasta compartir una trama que está por encima de las cuitas mundanas, en un sitio con símbolos gigantes y restos de la comilona de los dioses. Estos partidos son un dolor para el aficionado, que siente cómo entra el oxígeno en una escotilla que debería estar sellada a las presiones del fuera de campo. Pasa la semana, nos cuentan lo de la lluvia de millones en el hogar del pobre, y el mediocentro que tenía un puesto de frutas, y nos embarga la misma tristeza de cuando empezamos a sospechar que nuestro padre no era el Presidente del Gobierno, y supimos que los renos no volaban, pero de ellos se aprovechaba todo, y especialmente la grasa, que mantiene firme el cutis de nuestra madre y de Kaká, felizmente recuperado en el Milán. Otros mundos, otras decadencias.
Hay una bifurcación en la fábula, y es cuando una parte del vestuario del Madrid, la del aplauso automático y las hienas, deciden voltear la historia y montar un 15-m. Eso pasó hace unos años con el Alcorcón, y los patriotas que defendían sus propios intereses, sepultaron a Pellegrini, haciendo un partido ridículo que provocó una industria de lo más lucrativa alrededor del elefante abatido.
En la alineación alguien contó hasta ocho entre españoles y canteranos, y poco falta para que se instaure el Día de la Raza, una vez al mes, con descuentos en entradas y merchandising para paliar el fútbol plomizo que nos suelen dar los naturales del madridismo, que se esfuerzan corren y chocan, pero no acaban de atinar con el pellizco que los saque de pobres. Estos fueron Nacho –el más cuajado de todos- rápido, concentrado, serio y además con un peinado a la altura del escudo. Morata, algo desesperado, como si sintiera en cada ocasión o conato de ocasión fallada, el fin de sus días en el equipo. Casemiro, que no es estrictamente canterano, pero pasó unos días en el Castilla y es el último hype del madridismo subterráneo, que lo adora por esos motivos absurdos tan merengues que vienen del símbolo, del detalle o de la comparación. Y alguna joya que se le adivina: un empeine exacto, o aquel golazo de pretemporada que nos recordó a otro de los grandes; en fin, una desconexión total con la realidad, pero eso también es el Madrid.
Y Jesé. Cada partido del canario conviene escrutarlo porque hay sangre de la aristocracia ahí. Los dos detalles grandes del partido los dejó él. Un desmarque muy sensible atendido por Di María, y la asistencia posterior a Illarramendi, que se encontró de sopetón con un portero ya vencido, en escorzo de guerrillero alcanzado por las balas. Illarra, que dijo después que se coló por un pasillo abierto en la defensa; un don de los interiores, que lo invalida como heredero de un Xabi Alonso con la seriedad posicional pintada en la cara, y que por no perder el sitio, hubiera dicho no a esa oportunidad aunque la tierra se hubiera abierto en canal delante de él.
Di María culebreó por todo el ataque enchufando cada jugada a la red, dio la asistencia a Jesé y tiró poco después un penalti feo, que fue un gol raspado de los que no vale la pena repetir. Ese fue el partido del Madrid, con la tensión justa, pero sin el talento para girar a la defensa del Xátiva y propiciar la goleada de los canteranos con la que soñaba el aficionado.
Saltó Xabi al campo y todos corearon su nombre un momento antes de que parta hacia otros horizontes. Ronaldo dijo una día que el Bernabéu era como una mujer y razón tenía. Una mujer melindrosa que finge altanería y sólo reconoce la valía de lo que tuvo en el momento de perderlo.
Morata seguía desmarcándose contra sí mismo, sin encontrar hueco y romo en la combinación, peleado con el espacio como si sintiera que se le acaba el oxígeno. Tiene aires de llevar dentro un gran rematador, pero parece estar a medio hacer en cada una de las suertes que se le exigen a un delantero centro.
Jesé intentó contagiarse a cada jugada y en esto vino el otro gran detalle de la noche. Fue una carrera de 60 metros con el balón pegado al pie, con un galope controlado en aceleración constante hasta dar con la portería contraria. Falló en la entrega, pero esa estela poderosa fue la que perduró en el partido hasta el final.
El bullicio de la grada no se contagiaba a la frialdad de los bares de la capital. Los pocos que asistían al aburrido espectáculo, lo hacían por cumplir. Para poder decir el día del juicio, que sí, que habían presenciado todos los partidos del Madrid, sea el oponente que fuese y en cualquier predisposición anímica. Un poco como los Castellanos de antaño, que iban a misa por cumplir, y preguntaban al cura si la misa del Sábado les servía para el Domingo, para pasar el mal trago lo antes posible, pero con cierto orgullo incorrupto porque a ellos les interesaba la ceremonia en sí, estar presentes, más allá del sermón o del acto social. El hecho. El partido del Madrid. Contando los detalles e intentado ver alguna luz en cada uno. Y si es necesario, se inventa, se fantasea, y se queda uno colgado de cualquier sinrazón macerada en la soledad del televidente en un partido sin drama.
Ficha técnica
Real Madrid: Casillas; Carvajal (Marcelo, m. 76), Pepe, Nacho, Arbeloa; Illarramendi (Xabi Alonso, m. 58), Casemiro; Jesé, Isco (Benzema, m. 69), Di María; y Morata.
Olìmpic de Xàtiva: Francis; Kike Alcázar, Mendoza, Pepín, Peris; Rifaterra, Samu; Denis, Marenyá (Alex Vaquero, m. 63), Belda (Revert, m. 84); y Franch (John Edison, m. 70).
Goles: 1-0. M. 16: Illarramendi; 2-0. M 27: Di María, de penalti.
Árbitro: Texeira Vitienes (Comité Cántabro). Mostró cartulina amarilla a Kike Alcázar (min. 28) por parte del Olímpic de Xàtiva y a Casemiro (min. 49), Carvajal (min. 66), Pepe (min. 81) y Jesé (min. 92) por parte del Real Madrid.
70.000 espectadores en el Bernabéu.
Ángel del Riego