La sociedad adormecida

Son escasas las actividades culturales detrás de las cuales no hay una subvención de algún organismo público o la fundación de una gran empresa. La sociedad civil no sólo está adormecida, sino que nos hemos instalado en la convicción de que el puesto de trabajo nos lo debe proporcionar el Gobierno, la vivienda, el ayuntamiento, y todo debe ser gratis total, desde la escuela hasta el entierro, pasando por la enfermedad. Ya sé que exagero, pero eso que llamamos Organizaciones No Gubernamentales reciben el dinero casi exclusivamente de los gobiernos.

Por todo ello, quiero resaltar que en mi pueblo, Majadahonda, ha habido una reacción civil que me gustaría narrar. Teníamos una sala de cines Renoir, en la que podíamos ver ese tipo de películas que no son taquilleras y no les interesan a los circuitos comerciales, amantes de esas películas de jóvenes que quieren follar, corren mucho y rompen cosas. Debido a la escasez de público, y a la inversión en los cambios tecnológicos, la sala cerró. Y un grupo de civiles se sacudió la modorra, nos pidió 100 euros al año para poder reabrir "nuestros" cines, y ya somos más de un millar, y las salas están abiertas.

Es de destacar el apoyo personal y moral de gentes de nuestro cine como Gracia Querejeta, o el entusiasta Fernando Trueba, que no han dudado en aplaudir y ayudar a la iniciativa, y no pasa semana sin que haya charlas, coloquios, presentación de películas con sus realizadores, y una actividad que, incluso a un cinéfilo como yo, me sobrepasa.

Los cines están abiertos al público, pero a los socios nos cuesta la entrada cuatro euros, en lugar de ocho, y es verdad que todavía nos faltan unos doscientos socios, pero creo que la prueba se superará, y la cuesta de enero puede ser una cuesta abajo.

Puede parecer una noticia de barriada, pero para mí, en medio del páramo de una sociedad civil desmovilizada, excepto para acciones que tenga que ver con la mala leche, me parece ejemplar y, desgraciadamente, muy rara. Y espero que la aventura tenga un final tan feliz como las películas clásicas, es decir, un final de cine.

Luis del Val