La gran decisión de Nixon en el tema de China

Este mes se cumple el 40 aniversario de un acontecimiento tan inesperado que dio lugar a una frase que ha pasado a formar parte de nuestro léxico político: el dicho es "Nixon va a China", que significa que se produce un momento en el cual un líder va en contra de antiguas posturas para hacer algo que es impactante pero de efecto ventajoso.

Richard Nixon dista mucho de ser un referente, en conjunto; fue un presidente cambiante que alentaba las acciones ilegales entre sus
subordinados. Sin embargo era un estratega inteligente, sobre todo en la apertura hacia China rematada en su visita a Pekín en febrero de 1972. Pero ni siquiera Nixon, el hipócrita consumado, se atrevería a dar un giro hacia la conformidad hoy.

Hacer lo inesperado está prácticamente prohibido en política norteamericana en estos tiempos. La Policía del pensamiento invisible que gobierna nuestra esfera pública dispensa a cualquier desviación de las posturas legislativas mantenidas el trato de cambio radical electoralista o, lo que es peor, la prueba de un defecto de carácter. Simulamos que los buenos políticos son los que piensan lo mismo, todo el tiempo y para siempre.

En la actualidad se espera que los políticos hagan justamente lo que han prometido, como si fueran contratas de obras públicas. Newt Gingrich
promocionó esta noción de los políticos como peones a través de su texto 'Contract with America' en 1994. Sus herederos republicanos en el Congreso actúan en ocasiones como si estuvieran dispuestos a despeñar el país por un barranco con tal de cumplir sus promesas electorales.

El problema más grave de Mitt Romney viene siendo sus giros de contorsionista a la hora de negar el hecho evidente de que es un
chaquetero. Al simular que su reforma sanitaria de Massachusetts no fue el calco del plan del presidente Obama trivializa sus propios logros y queda
como un extravagante al que hay que dar la patada.

De forma que esto es un homenaje a la inconsistencia, los matices y los demás rasgos antiamericanos que hicieron posible la apertura de Nixon a
China. Al aproximarnos al aniversario esta semana de su viaje a Pekín, es útil echar la vista atrás a uno de los mayores giros de la historia norteamericana y el mejor.

Nixon era supuestamente el único político estadounidense que habría salido indemne de una maniobra tan audaz. Contaba con las credenciales derechistas, en calidad de anticomunista y de defensor de Taiwán. La crítica Nixon típica fue su intervención de 1964 durante una visita a Asia
diciendo que "sería catastrófico para la causa de la libertad" que Estados Unidos reconociera a la 'China Roja', cosa que es justamente lo que acabó
haciendo.

Nixon tenía dificultades en el extranjero al evaluar el comportamiento chino: estaba inmerso en una Guerra de Vietnam profundamente impopular, y
en busca de nuevas formas de contener el avance de la Unión Soviética. En colaboración con su brillante y ambicioso asesor de seguridad nacional Henry Kissinger, Nixon se puso a pensar en lo impensable.

Es interesante, echando la vista atrás, lo escrupulosamente que Nixon preparó el terreno. En abril de 1971 aprobó la visita a China de la
selección nacional estadounidense de pin pon, anunció un plan para facilitar el desplazamiento y rebajar las restricciones comerciales, y manifestó que uno de sus objetivos a largo plazo iba a ser la normalización de las relaciones con China. Los chinos respondieron esa primavera, a través de Pakistán, diciendo que el propio Nixon sería bien recibido en Pekín. Nixon envió inicialmente a Kissinger en su lugar, en una misión secreta en julio de 1971 facilitada por los paquistaníes. Según el biógrafo de Nixon, Stephen Ambrose, Kissinger envió un mensaje encriptado de una sola palabra que indicaba que su misión había tenido éxito: "Eureka".

Nixon anunció la sorprendente visita de Kissinger en televisión con lo que, en perspectiva, fue una mentira piadosa: dijo que la apertura a China "no
se producirá a expensas de nuestros viejos amigos" de Taiwán.

Nixon partió en su propia visita a Pekín el 17 de febrero de 1972. Sus palabras a Mao Zedong, citadas por Ambrose, son testimonio de la importancia de cambiar de rumbo cuando es ventajoso hacerlo: "Vosotros sois los que cazan las oportunidades al vuelo, y por tanto sabéis que tenéis que
aprovechar esta oportunidad", dijo Nixon, parafraseando las palabras del propio Mao. La intervención fue todo lo sincera de lo que era capaz Nixon.

Antes de abandonar China el 28 de febrero, Nixon dijo en un banquete ofrecido en su honor. "Ésta ha sido la semana en que cambió el mundo". Era
un gesto de autoestima amour-propre Nixoniana, pero tenía razón.

Las grandes decisiones presidenciales son a menudo las que escapan de los márgenes de lo que puede haber dicho un líder en el pasado, o lo que
recomienden sus asesores políticos, o lo que sostenga la opinión generalizada del momento. Fue el caso de Nixon en China, de Kennedy durante
la crisis de los misiles cubanos, de Roosevelt en plena Gran Depresión o de Lincoln durante la Guerra Civil.

El líder que puede abordar los problemas de América hoy puede ser el dispuesto a responder a las quejas de que sus políticas van contra las
posturas mantenidas utilizando un simple comentario: ¿Y qué? Estoy haciendo lo que es bueno para el país.

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David Ignatius