Julia Lipnitskaia, abofeteando a Dostoievski y a Lenin)
Cuando comenté por teléfono a Miley Cyrus que entrevistaría a Julia Lipnitskaia, se echó a reír y me dijo:
–Gorgeus! ¡Enseña a esos humoristas de Colegio Mayor cómo se hace una buena entrevista apócrifa!
Fuera el caso que me encargasen en la revista entrevistar a Julia Lipnitskaia, quinceañera y reciente campeona de Europa de patinaje artístico y aún más reciente medalla de oro de la especialidad en los Juegos de invierno de Sochi, y fuera que acepté, claro, aunque más que a una chiquilla quinceañera hubiera preferido entrevistar, qué sé yo; a la norteamericana Ashley Wagner, ya adulta y tan bella y admirable.
–¿Ashley Wagner? –dijo Julia Lipnitskaia cuando le pregunté qué opinaba de ella–. Bah, es una culo gordo –añadió con olímpico desprecio.
–¿Culo gordo? –solté yo, ofendido–. Pues, según ella, usted ha ganado a las adultas porque es una anguila; dice que cuando sea una mujer no podrá ganar tantos puntos con su espagat vertical completo…
–Envidia, pura envidia… En la final de Sochi, la señorita Wagner no se aguantaba las lágrimas… ni los pedos –y volvió a reírse descaradamente, la chiquilla. Me recordó a la barcelonesa Gisela Pulido, campeona del mundo de kitesurf con doce años, que se reía de las mayorzotas a las que derrotaba, porque, decía, la miraban con tirria.
–Bueno, mamzél Lipnitskaia…
–Ha estudiado ruso, ¿eh, cabrón? –me interrumpió guasona–. Mamzél significa señorita, es verdad, pero se usa para las jovencitas que se prostituyen… Si me quiere llamar señorita, mejor dígame Bárysh-nya Lipnitskaia, es más correcto…
–OK, Bárysh-nya Lipnitskaia…
(Hablábamos, dicho sea por cierto, en inglés. Ella, en ese inglés tan coquetón de inflexiones y decires callejeros rápidamente aprendidos, común entre las más bellas deportistas rusas, de María Sharapova a Evgeniya Kanaeva, pasando por Anastasia Vasina, Ekaterina Bobrova, Elena Dementieva y Ana Sidorova, entre otras).
No empezamos bien. Menos mal que llegó pronto el fotógrafo con nuestro regalo.
Nada de peluches. Le habíamos comprado dos macacos de desecho de tienta, cabe decirlo así, rechazados por el Instituto de Patología y Terapia Experimental de Tiflis (Georgia), pues no valían para el proyecto último del Instituto, enviar monos a Marte.
Los macacos eran Dostoievski y Lenin.
Julia Lipnitskaia demostró entonces ser una niña autentiquísima. Fuera las poses y los engreimientos de campeona, Julia dio grititos de júbilo y tomó en sus brazos a los monitos, que rápidamente se la ahorcajaron en las caderas. Medio en serio, medio en broma, hubo ella de soltarles, empero, un par de sopapos, pues acaso porque tuvieran hambre le buscaron los pechos como los bebés o como los lechones a sus madres.
Lenin aceptó militarmente el castigo.
–Claro –dijo el macaco Lenin–. La libertad, como la leche, es un bien tan valioso, que hay que racionarlo.
Dostoievski, sin embargo, no estuvo de acuerdo.
–La mujer, sólo el Diablo sabe qué es –dijo.
Lenin, más oportunista:
–Tú, a callar, jodido nihilista… Si va a tener razón Coetzee cuando te saca como padre adoptivo de Necháiev, en su novela El maestro de Petersburgo. ¿Serás llorica…?
–Y tú, ¿a cuántos inocentes como Iván Ivanovich Ivanov habrás matado, Vladimir Ilich? Tú, siempre escudándote en Stalin, ¡hipócrita!
Ya iba a replicar de nuevo Lenin, pero Julia Lipnitskaia, tronchada de risa, los agarró por el cuello e hizo que chocaran duramente cabeza contra cabeza, como lo hacía Goliat en los tebeos de El Capitán Trueno, o como Karakán en aquellos otros tebeos, los de El Cosaco Verde.
Cariñosa, empero, la campeona Lipnitskaia les dio bombones de una de las miles de cajas que le regalaran tras sus medallas de oro. Los monos comían como curas.
Todo, al cabo, fue como la seda. A ver qué me dice Miley Cyrus cuando lea mi entrevista con la quinceañera. Espero que no me designe como un humorista de Colegio Mayor.
José Luis Moreno-Ruiz