Israel y la calle árabe
El enfrentamiento cada vez más generalizado entre Israel y sus vecinos se ha descrito diversamente como "un desastre inevitable", "una situación sin ganadores" o "un tsunami político". Es todas esas cosas juntas, y es probable que vaya a peor: porque no hay remedio rápido por parte del aliado de Israel, Estados Unidos, que alivie el problema para ir tirando.
La administración Obama viene buscando soluciones diplomáticas a las dos cuestiones más volátiles de todas --la exigencia por parte del primer ministro de Turquía Recep Tayyip Erdogán de una disculpa israelí por el incidente de la flotilla de Gaza de mayo de 2010, y los planes palestinos de solicitar a las Naciones Unidas que reconozcan la autodeterminación. A pesar de los febriles esfuerzos norteamericanos por desactivar estos explosivos, el tiempo se está agotando.
Bienvenidos a la primavera árabe, edición árabe-israelí. Los tertulianos hablaban a veces como si los revolucionarios de Facebook se hubieran olvidado de la cuestión palestina. No es así: la "revolución de la dignidad" está conectando con la fuente inagotable de vergüenza e indignación árabe contra el estado judío, como en el caso de los preocupantes disturbios de la semana pasada en la embajada israelí de El Cairo. Postulándose a líder regional está Erdogán, que el lunes atronaba: "Israel no puede jugar con nuestra dignidad".
La primera reacción del Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu, intuyéndose sitiado y sin amigos, ha consistido en enrocarse y negarse. Nadie quiere ceder bajo presiones nunca, pero el enfoque de Netanyahu, aunque comprensible, es un error. Son problemas a los que Israel va a tener que responder más creativamente.
Cuando se eliminan las posturas de cara a la galería de todos los bandos, lo que está pasando es que Israel vive ahora en un barrio árabe en el que importa la opinión pública. Durante décadas, los israelíes han restado importancia a "la calle árabe" como si los presidentes y los reyes fueran las únicas voces decisivas. Ese enfoque funcionó el tiempo que los dictadores pudieron censurar la opinión popular, pero no más.
Empecemos por la exigencia de una disculpa por parte de Erdogán. Como político populista, está canalizando la indignación turca con motivo de la muerte de nueve turcos a bordo de un buque en aguas internacionales. La Secretario de Estado Hillary Clinton pasó el verano trabajando en redactar una fórmula dentro de la cual Netanyahu se disculparía por "los errores operativos" sin comprometer el derecho de Israel a mantener su bloqueo de Gaza. Como parte del acuerdo, Turquía prometería no dar problemas jurídicos a Israel.
El acuerdo parecía tentadoramente próximo, tras muchas llamadas telefónicas de Clinton a Netanyahu. El presidente Obama presionó discretamente a Erdogán, con el que había desarrollado cierta confianza tras un acalorado encuentro en Toronto en junio de 2010. Conservar la relación turco-israelí era tan importante a nivel estratégico, aducían los funcionarios estadounidenses, que Netanyahu debía de acceder a regañadientes.
Pero Netanyahu decidió que no. Se rumorea que habría replicado que si Israel empieza pidiendo disculpas a Turquía, va a ser presionado para "pedir perdón a todas partes por todo". Mejor negarse simplemente. Un indignado Erdogán respondía con promesas de represalias --incluyendo la expulsión del embajador israelí. Y esta semana iniciaba una gira por el mundo árabe con tintes de campaña electoral denunciando a Israel el lunes en El Cairo como "el niño repelente de Occidente".
Tan mala como es la enemistad de Turquía para Israel, el inminente enfrentamiento en las Naciones Unidas podría ser peor. El Presidente palestino Mahmoud Abbás, frustrado con la incapacidad norteamericana para obligar a ceder a Netanyahu y crear un estado palestino, planea solicitar a las Naciones Unidas que reconozcan la independencia directamente. Esto puede parecer un paso simbólico, impropio de toda la angustia, de no ser porque en calidad de "estado", Palestina reclamaría la soberanía sobre el espacio aéreo, sobre las aguas nacionales y demás.
Israel venía esperando que Washington pudiera hacer que todo desapareciera --persuadiendo a los palestinos de volver a las negociaciones y evitando el espectáculo de la ONU. Esa improbabilidad podría haber sido posible hace unos años, pero no ahora a la luz de la opinión pública árabe.
Esto es lo que esperan los funcionarios norteamericanos: los palestinos presentan su petición de reconocimiento en el Consejo de Seguridad. La posibilidad con mayores posibilidades de éxito de América (para la que está buscando frenéticamente votos) es que el consejo aplace la medida -- permitiendo a Estados Unidos evitar un veto. Un veto estadounidense, aunque rescataría a Israel, envenenaría las relaciones norteamericanas con los árabes en el justo momento en que Obama quiere mostrar un nuevo rostro americano.
Si Estados Unidos desactiva un enfrentamiento en el Consejo de Seguridad, la cuestión de la autodeterminación pasa entonces a la Asamblea General, donde la adopción está garantizada. Estados Unidos y los aliados próximos votan en contra, pero el verdadero esfuerzo reside en redactar una resolución que limite los capítulos más nocivos de la autodeterminación. Los diplomáticos estadounidenses probablemente quedarían aliviados en ese caso.
Esta es mi estimación personal de la colisión de la nueva primavera árabe y las viejas animadversiones: puede que los israelíes estén más seguros en un mundo de democracias árabes. Pero será un mundo en el que el compromiso formará parte de la supervivencia.
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David Ignatius