Invierno en El Sadar

Salió el Madrid dispuesto para el caos y se encontró con una serie de escenas sin apenas hilo argumental. No hay peor campo que el del Osasuna para lucir un balón de oro. Cristiano pareció un dios menor trasladado a una división inferior por orden de un demonio avieso. Todo el Real, irradiando blancura, parecía fuera de sitio en ese campo a medio embarrar, de gradas oscuras y en el que el fútbol no es nunca una diversión, ni un espectáculo.

El partido fue un elaborado fingimiento. No era posible remontar para los rojillos ni perder para el Madrid. El cúmulo de casualidades y torpezas ya se había dado en el partido de liga. Los jugadores del Osasuna debían aguantar el tipo y los madridistas afinar alguna de sus armas preparándose para batallas mayores. Preparación que dura desde hace casi una década y convierte a este club en una selva de deseos abortados por otros deseos posteriores.

En la alineación tres novedades: Isco de falso nueve rondando por la media punta. Una zona que él cree merecer como si le asistiera un derecho ancestral. Coentrao, con sus mechas, orgullo de barrio kinky en la banda izquierda; y Jesé enlatado en la derecha, dispuesto para comerse el horizonte en dos carreras.

Durante los primeros compases, que es como se suele llamar a esos 10 minutos donde no sabemos todavía si la obra derivará hacia la comedia, el drama, el absurdo o el gore; el balón saltaba de lado a lado como si fuera un conejo asustado. Los madridistas no se acababan de encontrar en el césped, pero la seriedad de la defensa –Ramos parece que ha vuelto de su viaje astral- y la línea de centrocampistas tan cercana, hacían imposible los intentos del Osasuna por concretar cualquier atisbo de jugada. En defensa el Madrid se dispuso en un 442 que se desordenaba en ataque de una manera lamentable. Hubo un sprint por el centro de Cristiano, que se fue irremisiblemente de dos jugadores rivales y fue cazado por detrás con alevosía. Esta jugada en otro partido con más drama hubiera provocado la entrada oficial del Madrid en el partido, pero no fue así. Siguieron los balones saltando de eje en eje sin atender a las reglas elementales de la dramaturgia. Ninguno de los centrocampistas del Madrid se proyectó en el ataque en todo el partido. La consigna era cazar algo con el menor desgaste posible. Y allá por el minuto veinte, el árbitro pitó una falta a favor del portugués, muy lejos del área, aunque tan cerca para él.

Quizás fue lo único real del partido. La tensión de la liturgia con que Ronaldo encaró la falta. Un plano corto del portero avisa de que se cierne un peligro sobre él. La gente calla. Cristiano resopla dramáticamente. Pepe se incrusta en la barrera y a ver quien le dice nada. Pepe se agacha y el balón silba sobre su cabeza y se dirige acelerando progresivamente a las manos del portero. El portero rechaza el balón hacia abajo, el balón está vivo, se agita llevado por el deseo fenomenal de Cristiano, se le mete por debajo de las piernas, la escena vira hacia la comedia (entre las piernas está la virilidad del hombre y es máxima humillación un balón que por ahí se cuela), la efigie del portero se desmorona, se da la vuelta persiguiendo la pelota y la atrapa un metro dentro de la portería convertido en un guiñapo. Será asesinado por todas las repeticiones y él lo sabe.

Gol.

Cristiano lo celebra con el mismo aspaviento que todos sus goles. Su sobreactuación le resta autenticidad, pero así es la rosa.

A partir de ahí, Isco se metió en la corriente del partido y fue descubriendo laboriosamente conexiones entre los invitados. Hubo una posesión con tantos pases seguidos que Xavi se sentiría orgulloso; acabó en un disparo desviado de Alonso con la izquierda. Toda una rareza que es difícil que se vuelva a producir. Los jugadores madridistas se animaron y volvieron a juntarse para pasarse la bola alegremente. Esta vez no salió bien, perdieron la pelota, el Osasuna dio dos pasos hacia delante y los que empezaron a llegar medio segundo tarde a la jugada que iba creciendo con cada pase, fueron los merengues. La pelota acabó en la frontal del área y el disparo dio en el palo. Eso fue todo.

Después llegó la segunda parte que se fue desviando hacia la nada de manera irreversible. Un único fulgor. Jesé recibe de Di María y se inventa un autopase; corre, corre y sigue corriendo hasta encontrarse en el pico del área con Isco que le dejó el paso franco; sale a por él un defensa y se lo quita de en medio con un golpe de riñones con el que corona el siguiente pico; y llega poderoso hasta el final del campo, para meter un pase cruzado que emboca Di María con la exactitud de un geómetra.

Se fue Ronaldo y saltó Bale, que sigue encajonado en una línea recta demasiado cruel con su talento, y Morata, andando hacia atrás hasta llegar al Castilla y con un ojo morado que le hizo tambalearse durante 20 minutos. Le tenían que haber sacado una silla, tal como parece, un niño viejo necesitado de afecto.

Faltaba la desgracia. Estuvo a punto Ramos, que segó incontroladamente una incursión de un delantero del Osasuna que no iba a ninguna parte, por pura vanidad. Pero quien acabó expulsado fue Coentrao. En el partido más triste posible, lanzó una patada desde el suelo absurda y salió del campo llenando la televisión de malas caras.

Exclamó alguien: ¡Ese todavía lleva a Mourinho dentro!

Pudiera ser. Conviene un exorcismo o una salida honorable. Es hombre de Mendes. Habrá dinero.

Ficha técnica

Osasuna: Andrés Fernández; Oier, Miguel Flaño, Loties, Joan Oriol (Satrústegui, m. 65); Puñal, Raoul Loe; Cejudo (José García, m.61), De las Cuevas (Oriol Riera, m.80), Torres; y Acuña.

Real Madrid: Casillas; Arbeloa, Pepe, Sergio Ramos, Coentrão; Alonso (Casemiro, m. 64), Illarramendi; Di María, Isco, Jesé (Morata, m. 68); y Cristiano (Bale, m. 62).

Goles: 0-1. M. 21. Cristiano Ronaldo. 0-2. M. 55. Di María.

Árbitro: Mateu Lahoz. Mostró amarilla a Oier, Loe, Torres, Riera y a los visitantes Arbeloa (m. 33) y Coentrão (m. 43 y 85), que fue expulsado por doble amonestación.

Ángel del Riego