Hamleta

Después de que Juan Diego Botto encarnara a Hamlet puedo creerme cualquier cosa. En España, a diferencia del Reino Unido, no se aprende a vocalizar y entonar en el colegio, en la universidad ni en las escuelas de arte dramático. Como dice Miss Doporto, mi vieja amiga angloirlandesa, los actores españoles declaman los versos en lugar de decirlos. Por eso el británico, por regla general, suele ser mejor intérprete que el español.

Leo que Blanca Portillo va a hacer de Hamlet en las Naves del Español del Matadero de Madrid. Una valiente apuesta si no fuera porque es a costa del presupuesto público. Aun así, no me parece mal que una mujer encarne al inmortal príncipe danés; aunque completamente innecesario. Pero bueno, si lo hace bien, la obra se adapta para que Ofelia sea un tío y no exista ley sálica en la podrida Dinamarca de Elsinore, perfecto. Dicen, además, que el director de escena es el esloveno Tomaz Pandur, uno de los más famosos deconstructivistas que hacen al teatro lo que muchos malos cocineros a las mejores materias primas: dejarlas sin sabor para que nos fijemos más en el envoltorio que en las esencias.

Blanca Portillo es una gran actriz que tuvo la suerte de pasar por la televisiva Siete vidas para ganar fama y prolongar su vida teatral de un modo cómodo y honroso. Seguramente bordará el papel del que los ingleses se sirven para comparar a sus más grandes actores. A pesar de eso, de esta iniciativa me surgen varias dudas:

1.º Aquí parece que sólo existe Hamlet. Ya he citado en varias ocasiones mi condición de bardólatra irredento. Pero apenas he podido asistir en castellano a varias representaciones sespirianas: Las alegres comadres de Windsor, Otelo, muchos hamlets, tempestades y noches de verano; todas ellas, por otro lado, pésimas. Ya sabemos que Macbeth da "yuyu". Vale. Pero, ¿y las demás obras? Echo de menos que alguien se atreva con El rey Lear o Cleopatra, las otras dos grandes tragedias de Shakespeare. Aparte, escribió comedias y su teatro histórico, aunque poco fiel a Clío, es apasionante. En España con el genial inglés pasa como con todo: sólo miramos en una dirección muy bien marcada por el pasado y la ignorancia.

2.º Como ya he mencionado en el apartado anterior, a Shakespeare se le suele representar con muy poco arte. Se le suele exagerar y se tiende a convertir en histriónico lo que debería ser calmado. Su peso teatral es tan enorme que hay que contenerle en el escenario para que el viejo espejo de la Naturaleza alabado por Ben Jonson y Samuel Jonson no se abombe y ofrezca esperpentos. Al igual que en el cine tenemos malos intérpretes, creo que en el teatro pasa lo contrario. Aquí se podrían hacer buenas adaptaciones si alguien tuviese un mínimo talento y mucho valor.

3.º Claro que para eso deberíamos liberarnos de las nuevas luminarias: los directores de escena que, a falta de obra propia, se ponen por encima de los autores que "maltratan". Por ejemplo, Calixto Bieito y Graham Vick. En lugar de mantenerse fieles al texto y al contexto, se inventan situaciones de esas tipo "cinco de la madrugada con colegas" y convierten a Macbeth en un mafioso o a Otelo en un proxeneta. Deberían aprender de Kenneth Brannagh que, aunque cambia las épocas, respeta a Shakespeare hasta sus últimas consecuencias. Si tan geniales son, que escriban ellos.

4.º El artículo que me informó del proyecto de Blanca Portillo decía que Pandur era uno de los "grandes valores de la nueva dramaturgia". Efectivamente, los nuevos dramaturgos no escriben, sino que dirigen. ¿Dónde están los grandes escritores teatrales del siglo XXI? Eduardo Mendoza e Ian Mcewan han hecho alguna incursión en el drama, pero eso no consigue evitar que el género esté completamente huérfano. Y, a falta de nueva creación, los directores se convierten en los máximos valores de un medio agonizante.

5.º En España han nacido y escrito genios del teatro: Lope, Calderón, Ruiz de Alarcón, Moreto, Zorrilla, Echegaray, Benavente, Jardiel, Mihura... pero apenas se representan, una y otra vez, media docena de obras. A Lorca se recurre infatigablemente. Pero, ¿qué ocurre con el resto de la ingente producción histórica? Y ya que se gasta tanto dinero de nuestros impuestos en teatro...

En cualquier caso, deseo la mejor de las suertes a Blanca Portillo como príncipe de Dinamarca. Espero que pronto interprete a Marco Antonio y ame apasionadamente a una Cleopatra encarnada por la rana Gustavo. Ahora en serio, Portillo es un ejemplo como actriz y, en ocasiones, se convierte en empresaria teatral. Un ejemplo a seguir, una persona para la que idear y escribir grandes obras de teatro. dmago2003@yahoo.es

Daniel Martín