Frío, niebla, infidelidad y mucha humedad

La línea que separa el amor y el odio siempre se ha dicho que es muy estrecha, pero nunca había dado crédito a este dicho del refranero español hasta que lo viví en mis carnes. A mis 30 años jamás pensé que me replantearía mi vida y mi ética personal pero, como bien dice otro refrán español, "nunca digas de este agua no beberé".

Todo ocurrió hace dos años, mi marido y yo teníamos un grupo de amigos con los que siempre salíamos. Estábamos aburridos de hacer siempre los mismos planes y planteamos hacer una escapada a la sierra a una casa que mi tía tenía en medio del bosque. Finalmente, no nos apuntamos todos y sólo acabamos yendo nosotros y otra amiga mía con su marido. El fin de semana no prometía demasiado. Mi relación con el marido de mi amiga no era muy cordial, aunque él creo que no lo sabía. No le soportaba, no aguantaba sus continuas bromas, su forma de ser, de interrumpir las conversaciones y ese acento tan tan andaluz, apenas le entendía lo que hablaba. Nunca me expliqué como Miriam pudo casarse con semejante... ¡bicho!

Encima, si queríamos acabar de rematar el fin de semana, el tiempo no acompañó para nada. Llovía, hacía frío y una niebla que no dejaba ver nada más allá de tus narices. La casa de mi tía es antigua y la primera noche tuvimos que salir al campo a buscar leña para la chimenea. Miriam y Adrián, su marido, fueron a por ella con tan mala suerte que Miriam cogió frío y se puso mala. Al día siguiente, nos encontramos en la misma situación, Miriam mala y para colmo mi marido, Raúl, tuvo que ir al pueblo a buscar comida y medicamentos ya que, entre otras cosas, Adrián no sabía conducir. Mi amiga estaba muy destemplada y la casa completamente fría así que Adrián propuso que los dos fuéramos a buscar leña. No era lo que más me apetecía, pero alguien tenía que ir con él. Así que pusimos rumbo al bosque con una linterna y un hacha para cortar la leña. A los pocos minutos de estar andando comenzamos a discutir, él me preguntó si yo le caía mal, es verdad que yo no le contesté muy amablemente y la conversación derivó en una discusión a gritos. Cuando nos quisimos dar cuenta, la niebla había bajado y no se veía absolutamente nada. La oscuridad tampoco ayudaba y nos dimos cuenta de que estábamos completamente perdidos. No sabíamos qué hacer y nos pusimos a andar sin rumbo hasta que por suerte encontramos un viejo refugio para montañeros y nos metimos allí, ya que no teníamos manera de volver a la casa y mi móvil se había quedado sin batería. Cada vez la noche se iba haciendo más fría y húmeda y tan sólo teníamos una manta que habíamos llevado para transportar la leña. Mis labios chirriaban mientras Adrián intentaba encender un fuego para calentarnos. Por fin lo consiguió, pero yo no dejaba de temblar. En ese momento me hizo una proposición que jamás olvidaré. "Estás muerta de frío y aunque sabes que no eres de mi agrado, no puedo verte así. Lo mejor es que nos quitemos la ropa y nos abracemos, es la mejor forma de entrar en calor, intercambiarlo", aseguró.

Mi cara fue todo un poema y mi respuesta tajante "sí, ya te gustaría a ti, ni te me acerques". Una hora después seguía temblando de frío, no podía más. Adrián me miró y me dijo: "No seas tonta Miriam, así nunca vas a entrar en calor, quítate la ropa, hazme caso". Me encontraba tan mal que finalmente accedí. Me quedé en ropa interior y me metí con él dentro de la manta. No sé aún como ocurrió pero sentí una atracción instantánea hacía ese chico que tanto había odiado desde hacía años. Él me abrazó y me besó en la frente, le miré y comenzamos a besarnos, yo no pensaba, sólo sentía mientras él acariciaba mis pechos. "No sabes cuanto tiempo he deseado besar tus labios y apretar tus tetas" (muy sutil, cómo no), pero un impulso incontrolable hacía que aquellas palabras de Adrián me pusieran aún más caliente. Entonces, una de sus manos abandonó mis pechos para centrarse en mi clítoris, empezó a masajearlo y me hizo ver las estrellas, mientras mi mano descubría su miembro. Entonces supe por qué Miriam se había casado con él: su pene era perfecto, de las medidas adecuadas y estaban tan erguido que no podía esperar más para metérmelo en la boca. Él jadeaba mientras mis labios rodeaban su miembro y subían y bajaban haciéndole suspirar de placer. No pude aguantar más y me puse encima de él e introduje ese perfecto pene en mí. A medida que yo me movía, él metía su cabeza entre mis pechos y lamía mis pezones. Al final conseguimos lo que tanto ansiabamos y alcanzamos un orgasmo inolvidable. Tras llegar, nos miramos y empezamos a reírnos, ambos sabíamos que ese odio que sentíamos había cruzado la línea y se había convertido en una pasión incontrolable. De repente oímos un ruido, pensamos que era un animal, pero no, los forestales nos habían encontrado y tal vez no en la mejor posición. Rápidamente nos vestimos y los guardias nos llevaron a la cabaña. Ahí estaban Miriam y Raúl preocupados esperándonos. Ambos nos fuimos cada uno con nuestra pareja, pero nunca pudimos olvidar esa atracción y hoy por hoy la revivimos dos veces al mes de forma furtiva y sin que nadie nos descubra.


Envíe sus relatos eróticos a elrinconoscuro@estrelladigital.es

El Rincón Oscuro