España en Libia

Me congratulo de que el Congreso apruebe la ampliación (en tiempo y medios) de la participación de España en la misión internacional en Libia. A un lado la paradoja de que la ministra de Defensa no haya pronunciado la palabra “guerra” –como si fuera una maldición en la que, a la postre, todos se refugian-, su gestión ha sido adecuada a lo que la ONU demanda de España. Se impone de tal modo la necesidad de acabar con Gadafi y sus agresiones que ha terminado siendo minoritario y un tanto extravagante (si se me permite utilizar la palabra) la cantinela de que la posible candidata a las primarias socialistas “esté a favor de la guerra”. ¿Están en contra sus hipotéticos adversarios? ¿Sus compañeros de Gabinete? Ni el PP.

La responsabilidad de España, de todos modos, no debería reducirse a la escueta participación que se le demanda sino, en lo posible, al diseño de una estrategia para un cometido que, desgraciadamente, se ha visto sometido al desorden, la confusión y, en ocasiones, a una parálisis que Gadafi aprovecha concienzudamente. No se trata de pretender que termine en unos días lo que, seguramente, precisa un tiempo por las restricciones impuestas por algunos gobiernos dictatoriales o autoritarios del Consejo de Seguridad. Pero sí de informar adecuadamente y de poner los medios para terminar con una masacre que continúa y que no terminará hasta que Gadafi abandone el poder. Asegurar, como han hecho algunos responsables de la coalición, que se cumplían los objetivos mientras el ejército del dictador libio bombardeaba con muchas bajas Misrata resulta escandaloso.

Nuestro peso en el concierto internacional es el que es, no hay duda, pero el esfuerzo desplegado en algunas aventuras internacionales de dudoso calado bien se podría emplear en cuestiones de la trascendencia de la situación en Libia y su efecto, beneficioso o pernicioso, para los procesos de búsqueda de la democracia en la región. Las estrafalarias declaraciones y réplicas del ex presidente Aznar sólo demuestran dos cosas. Una, que la rabia y el sentimiento de agravio no son argumentos. Y otra, que este esfuerzo por la libertad en Libia es también una responsabilidad, compartida con otros países y gobiernos, que no pueden eludir los que han dado alas, apoyo, armas y demás a un dictador como Gadafi.

Germán Yanke