Entre Joyce y Bildu
La política suele ser muy complicada, por eso en verano lo razonable es refugiarse en terrenos más sencillos, accesibles y cómodos. Por ejemplo en la literatura o en la poesía. Este verano había decidido leer a Joyce, que es una extraña mezcla de las dos, un género propio, aunque reconozco que un poco tarde, y aposté por saltarme al artista adolescente e ir directamente al mundo de Stephen Dedalus y Leopold Bloom en su jornada del jueves 4 de junio de 1904, tan extraordinariamente contada en el Ulises.
Sepan los que aún no lo han atacado, que es un libro complejo, por su lenguaje, juegos lingüísticos, citas, etc. del que el propio autor elaboró una guía para disfrute de sus amigos, en la que se explicaban algunas de las claves interiores en el relato del único día en que transcurre la historia. Juega Joyce con su vasta cultura y su formación jesuítica y con las trampas de y variaciones sobre músicas y realidades del presente en él que escribió sus páginas.
En él no hay nada abandonado al azar y gracias, quizá, a los complejos problemas que supuso su publicación – la falta de comprensión, cierto rechazo intelectual, y la siempre temida censura-, la revisó con detenimiento y concisión, cuidando cada detalle al máximo y cambiando, una y otra vez, palabras, frases, párrafos y páginas completas, hasta lograr una obra magistral, un edifico completo.
En fin, una obra de difícil lectura, pero que ha logrado “engancharme” y que sigo con pasión mientras padecemos un verano extraño y distinto, sin serpientes ni misterios por resolver, un verano en el que todo lo que sucede parece que es verdad desde el primer instante y en el que la política preside todo junto con la ya recurrente prima de riesgo y, por supuesto, los valores cotizados en bolsa. Al igual que aquel personaje de la película Aterriza como puedas, que insistía en haber elegido un mal día para abandonar todos sus vicios, a mi me da la impresión de que elegí un mal verano para sumergirme en el Bloomsday.
La verdad es que los conflictos que se han provocado en torno a la visita de Benedicto XVI son, en sí mismos, una buena razón para evitar la distracción literaria, o la ya comentada crisis financiera que no acaba, pero siendo completamente sincero, lo que más me distrae es la tarea intelectual de buscar alguna razón comprensible a la estupidez, necedad y despreciable miseria moral de los dirigentes de Bildu, tan pródigos en ofender, insultar y fastidiar durante este verano. La última desgraciada aportación con que nos agasajan es la de cuestionar los atentados de ETA exclusivamente en Catalunya, particularidad ésta proveniente, debe ser, del espíritu nacionalista común que ellos quieren precisar.
La maldad no está tanto en lo que se dice, que puede ser táctica o interesada, la maldad está en lo que se piensa cuando no se siente. Y estos señores ni piensan ni sienten, es cierto, pero sí nos hacen sentir mal a los demás y pensar, inevitablemente, muy mal de ellos. Su perversión moral estaba amortizada por su ausencia institucional, pero su retorno a la política legal los ha puesto de nuevo en solfa y en su escenario preferido: las fiestas de los pueblos y ciudades, tienen estos tipos cierta predilección por lo ancestral, lo rural, y por las demostraciones folclóricas y los espacios de charanga y pandereta local. Llevan protagonizando escenas repugnantes desde que empezaron los chupinazos, y su actitud nos devuelve a un pasado deleznable.
Me ha fastidiado la huida a la literatura, y me hacen comprender mal la política. Porque no soy capaz de entender cómo es posible que ellos piensen de verdad que hacen política cuando lo único que hacen es alimentar el vertedero de la infamia con sus voces, sus palabras y sus gestos.
Espero que el próximo verano sean sólo un mal recuerdo de este.
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Rafael García Rico