El Madrid, en la distancia

El público del Bernabéu llega al palacio tarde, después de una semana agotadora, el atasco, los cretinos y la amenaza constante de la familia; y se encuentra con que la liga está perdida, las ilusiones rotas, las columnas romanas son de gomaespuma y la carroza que tanto brillaba: cartón piedra. No tiene tomates como en las funciones antiguas, ni piedras y palos, como en la obra de teatro que abrió estos días las aceras de la capital. Así que silban, gritan, y murmuran, contra el grupo de jugadores vestidos de primera comunión que merodean por el campo, y dicen ser descendientes directos de aquellos que conquistaron el mundo.

Mentira.

En la última de las grandes glaciaciones: período 98-02, el fútbol no pudo impedir que el Real ganara la Champions un día sí y otro no. El Madrid era puro hueso, sólo brilló Zidane en el año final donde murió la capacidad competitiva del Real. Los otros, la banda del perro, sometían al juego sin exuberancia ni concesiones a la ciudad de los espejos. Arañaban los goles, que caían botando escaleras abajo, y rompían el partido por la mitad como hacen los tiranos con sus países preferidos: conociendo a su pueblo, conociendo las claves de su patria y obrando con realismo y crueldad. Nunca se vieron grandes goleadas ni fue la épica el género favorito de los niños. El 1-0 aprendido donde Capello, valía para pasar a la siguiente pantalla; se ganaba silbando, con las manos en los bolsillos, aparentando ser menos y con la estrella de los aristócratas guardada en la solapa. Cuando los contrarios intentaban meter la mano por debajo de la falda, se encontraban con un miembro amputado y un partido al que le quedaban 30 minutos de gangrena. Raúl, Hierro, Redondo y Roberto Carlos eran los lobos; si no querían, ahí no se jugaba ni un minuto más. Se escondía el balón en una caja, precintado en rondos, burlas, patadas, protestas y toneladas de inteligencia antigua, que es la que vale, porque a los aforismos de Heráclito nadie los ha derribado; se echaban cuentas en los túneles secretos del Bernabéu y si la comisión decía que el resultado debía ser 1-1; ese sería el resultado final. No había delirios de grandeza, porque la grandeza se asumía que iba detrás del título, no en la palabrería y la chatarra del tiempo previo al mes de mayo.

Ese era el Madrid ganador que conocimos. Este es otra cosa. Enfermo de mitología, asume como propias ciertas virtudes que es necesario conquistarlas. Exhibe una ristra de números y récords con las que se podría dar la vuelta al mundo siete veces y no serviría para nada. Falto de una inteligencia rectora en el campo, tiende a desabrigarse por la obcecación de Ronaldo en tirar de la sábana. Es cierto que atado a su diagonal se han ganado un millón de partidos, pero todos los saben, todos conocen ese camino y electrifican la valla, ponen obstáculos, y en la hora que importa se atora la maquinaria. Este Madrid se queda embelesado de su velocidad, de sus cortas ráfagas brutales -que no suelen traslucirse en gol-, de su reflejo especular en las televisiones, de toda la parafernalia simbólica que ha surgido alrededor, y se olvida de cerrar los partidos, del ajedrez en las eliminatorias (¿será posible con Cristiano?), de jugar con el contrario como con un peluche, de matar a las masas de aburrimiento. Xabi, debería ser esa inteligencia, pero nunca ha tenido suficiente ascendente sobre el grupo. Después del raulismo se pidió obsesivamente limpieza de sangre, y sólo Iker la tenía. Pero a Iker únicamente le interesa su propio fango, donde chapotear con su mito y sus amigos del otro lado. Crucificado Casillas, en los partidos menores Xabi ordenó el césped y llevó la tensión del partido al lugar apropiado, pero en los mayores le atropellaron Ramos y Cristiano, portavoces oficiosos del madridismo y que no conocen orden, ni prudencia, ni guardan luz alguna en sus mágicos cerebros. Así fue contra el Dortmund y así fue contra el Barça de Messi, que tiene dentro el secreto de todos los depredadores, hasta convertirse él mismo, en una zona oscura que se traga toda la luz del Real.

Seguían los murmullos cuando Karim desperdició su primera ocasión. El Rayo Vallecano es heredero directo del circo de los hermanos Tonetti, el rival más agradecido y terapéutico que uno se pueda encontrar. Paco Jémez ha contruido el único mostrenco posible con los materiales que tenía, pero aún así, la facilidad con la que se adivinaba la goleada en cada galopada madridista, movía a la incredulidad. Todo el partido fue una obra en el mismo tono. El Rayo adelantaba las líneas, pero no mordía a los pasadores del Real. El Madrid usaba y abusaba del juego directo sin ninguna intención didáctica o de control. Sólo le interesaba ganar el partido por la vía rápida. Órdenes de la superioridad, que sabía de la amenaza de una trifulca en la grada. Los jugadores rayistas esparcidos por ahí sin taponar exactamente nada. Pequeños intervalos de dominio Vallecano, con muchos jugadores haciendo cosquillas a la defensa madridista. Volvían los contraataques, bastante torpes del Madrid, pero incluso en su torpeza, en su primitivismo de caza salvaje, individual, solían acabar en ocasión de gol, o incluso en gol.

Había tal cantidad de espacios que se podía fundar una nación. Y eso en España empieza a ser un peligro.

Una pared con Bale, llevó a Cristiano en vaivén hasta muy dentro del área, donde soltó el balón que llevaba la misma comba que su baile. Fue un gol bonito y rápido, y la celebración tan acartonada de siempre. No sea que se nos olviden los males de este lustro.

El público seguía silbando aleatoriamente, y eso es señal de distanciamiento. Cuando cae la máscara, todo se respira tal cual. La aspereza del público viene del amor contrariado. La esperanza es que el equipo sea consciente de lo que es, de dónde está, de lo cruel que es el juego y del tiempo que ya pasó y el que le queda por delante, cada vez más exigüo. Quizás algún día se encuentren en el césped, y den la medida de las fabulosas sagas que se formaron en el imaginario madridista cuando vieron a Cristiano desplegarse sobre el campo. O quizás no, y nos tendremos que postrar ante nuestros deseos, y fantasear con otro mundo, donde Ronaldo sea el pájaro negro que se abate sobre los extremos del fútbol. 

A pesar de estar hoy el equipo con el corazón encogido, es suficiente con que se contagie la velocidad de sus galgos, para que se desaten las ocasiones. Se llegó muchas veces y de forma desordenada a la portería contraria, con especial empeño por parte de Bale. Un par de cabalgadas victoriosas del galés, aunque la primera acabó en una pifia de cine mudo y en la segunda atravesó a un rival por el centro geográfico, algo que sólo es posible contra los trapecistas del rayito.

La jugada de la semana fue una triangulación en el área tan certera porque sólo había amigos alrededor. Bale que asiste, Cristiano que se la pone a Carvajal, y el disparo sin contemplaciones del canterano. Algo así, pero contra los alemanes, se le pide a este equipo. A la rechifla del público se le añadía el ralentí antimadridista de los comentaristas de la televisión, uno de los cuales no dejó de mascullar andanadas contra el Madrid en toda la retransmisión. Todo le hería; las carreras, los goles, la falta de orden, el color de las botas, el nombre del estadio. Por contra, el Rayo estaba haciendo su partido, que consiste en encajar entre 3 y 7 goles jugando abierto y alegre. Porque Jémez siempre vuelve a por más. Dejadme solo, parece decir. Da igual la tunda, que él no ceja en su misión, por ignota que sea.

Un pestañeo después, y ahí estaba Morata que parecía salido del gulag. Rapado el pelo, un aire un poco torvo, de penitente, sin la gasa infantil de sus primeros días en el club. Antes de que llegara su fallo cotidiano, Morata enganchó un balón en la esquina del área y fusiló la portería desde allí. No fue gol por la escuadra, porque a este chico la iluminación le está vetada; pero el trallazo sonó como una ráfaga de carácter, de autoafirmación y a la vez, de despedida. Morata tiene un Higuaín dentro pugnando por salir, y ha recorrido en un año, el camino tortuoso que le costó seis al Pipita. Bendito sea.

Nada más. Sólo la lluvia de vuelta a casa, que borrará todo recuerdo del partido.

Ficha técnica

REAL MADRID, 5 - RAYO, 0

Real Madrid: Diego López; Carvajal, Pepe, Sergio Ramos, Coentrão; Illarramendi (Isco, m. 61), Xabi Alonso, Di María (Casemiro, m. 69); Bale, Benzema (Morata, m. 72), Cristiano Ronaldo. 

Rayo Vallecano: Rubén; Arbilla, Zé Castro, Borja López, Rat; Trashorras, Saúl; Rochina (José Carlos, m. 24), Bueno (Jonathan Viera, m. 58), Iago Falqué, Larrivey (Longo, m. 70). 

Goles: 1-0. M. 15. Cristiano. 2-0. M. 55. Carvajal. 3-0. M. 68. Bale. 4-0. M. 70. Bale. 5-0. M. 78. Morata.

Árbitro: Delgado Ferreiro. Amonestó a Carvajal.

Estadio: Santiago Bernabéu. Unos 50.000 espectadores.

Ángel del Riego