El lamento de un moderado

Hace unos meses, el gabinete del Senador Michael Bennet llevó a cabo lo que el Demócrata de Colorado llama una intervención.

Había sobrevivido a una brutal campaña en 2010 por hacerse con su primera legislatura. Pero tras un año de parálisis legislativa y partidismo en el Senado, dudaba de que valiera la pena. "Sucedió justo después de que lográramos rematar nuestro curso legislativo con una ampliación de dos meses a la rebaja de las retenciones en las nóminas", me decía Bennet el miércoles. "Llegué a un punto en el que me refería a este sitio como el País de las Luces Parpadeantes, porque el estándar del éxito residía en seguir pagando la luz otros dos meses".

De forma que sus becarios se sentaron con su superior para mantener una conversación difícil. "Mi jefe de gabinete me dijo 'Sabes que no es normal odiar tu trabajo'", recuerda Bennet. "Y tiene razón. No tiene sentido redundar en la autocompasión. Nadie va a compadecerse de ti". Y así Bennet volvió a dedicarse a su batería de reformas -- sin grandes posibilidades de tramitar ninguna de ellas -- y dejó de quejarse. "He vuelto de terapia", decía.

Por ahora. Pero cada día que pasa en el Capitolio viene con más pruebas de que el lugar se encuentra en un estado de siniestro total -- y de que los últimos vestigios de sentido común y moderación que quedan se marchan. El golpe más reciente se producía el martes, cuando la Senadora Olympia Snowe, Republicana por Maine y una de las últimas moderadas de su partido, anunciaba que no se postula a una cuarta legislatura porque no ve ningún cambio inminente en "el partidismo de los últimos años".

Con ella sale por la puerta gran parte del grueso de los senadores moderados que quedan: la Republicana de Texas Kay Bailey Hutchison, el independiente de Connecticut Joe Lieberman, y los Demócratas Kent Conrad en Dakota del Norte, Ben Nelson en Nebraska y Jim Webb en Virginia. Tras esa clase de éxodo, Bennet será uno de los últimos legisladores razonables que todavía queden en pie. "Me parece que debería ser un verdadero toque de atención a la gente de aquí", decía. "Hay un buen número de colegas que no quieren venir aquí y participar en la disfunción".

Bennet se aferra a las esperanzas de que los acontecimientos externos conspiren con el tiempo para forzar el trámite de un importante acuerdo de la deuda siguiendo las directrices propuestas por la comisión de disciplina fiscal Bowles-Simpson, pero admite que este año no lo verá. En el ínterin, mantiene la cordura centrándose en minucias.

La mañana del martes encontraba a Bennet en la institución conservadora American Enterprise Institute, promocionando su idea de mejorar la educación con tecnologías. La propuesta de 90 millones de dólares es en sí misma un cambio pequeño, pero Bennet habló con pasión de la forma en que "nos da la oportunidad de dar el impulso más sustancial a la educación intermedia desde la América colonial".

Bennet, con sus pantalones arrugados, el cuello de la camisa torcido y tendencia a frotarse la nariz mientras interviene, es un político accidental: fue supervisor de los centros escolares de Denver antes de ser elegido para ocupar una vacante en el Senado. Esto le convierte en la persona idónea para examinar la política federal de educación. "A la luz del hecho de que no hay nada más importante que la educación para impulsar la economía estadounidense, me sorprende la escasa atención que recibe", decía a la audiencia del AEI, saltándose su discurso preparado.

En la campaña este año, el revuelo ha girado en torno a los anticonceptivos y la teología y la opinión del candidato conservador Rick Santorum de que el Presidente Obama es "un esnob" por querer que los americanos vayan a la universidad. Bennet, que utiliza fórmulas como "fatiga de series longitudinales", tiene lo que llama "la respuesta esnob" a esa forma de pensar: durante la recesión, la tasa de paro de la gente con formación universitaria nunca superó el 5%.

Cuando no debate con eruditos de la educación, trabaja en reducir el uso del veto legislativo en el Senado, imponer una prohibición vitalicia a las actividades de presión política ejercidas por antiguos congresistas y exigir mayor transparencia en la financiación electoral. Las perspectivas de los tres oscilan entre improbables o imposibles, pero el legislador de 47 años de edad sigue insistiendo: con las reformas de la agencia de protección medioambiental, los incentivos a la energía eólica y los programas "de docentes externos".

Hasta el momento este año, su desesperación no ha vuelto. "Hay que levantarse cada mañana y simplemente buscar la forma de realizar una contribución", decía. "En algún momento vamos a tener que responder al deseo de crítica de nuestros electores. En algún extremo iremos en esa dirección, pero Washington parece tener un anticuerpo ahora mismo que está combatiendo esta cuestión en todas las instancias".

Esperemos que eso cambie antes de que el último de los Michael Bennet siga por la puerta a la legisladora Olympia Snowe.

Dana Milbank