El ascensor de la pasión

Las miradas no siempre son fruto de la imaginación de una mujer. A veces resulta que coinciden con la realidad. Y si no esperen a leer una de mis últimas experiencias con el sexo opuesto. Ocurrió hace dos meses. No mucho más. A la vuelta del trabajo. Y uno de esos días en los que hubiera deseado no levantarme de la cama.

Llevaba varios meses de mal humor continuado. Mi mente no pensaba con claridad. Lo cierto es que echaba algo de menos y no acertaba a adivinar el qué. Probablemente lo sabía, pero no quería aceptarlo. La pasión y la lujuria habían desaparecido de la programación habitual de mis días, y eso le había pasado factura a mi estado anímico. Tanto, que últimamente sólo me divertía pensando en el nuevo vecino que se había mudado al bloque. No le conocía de nada. Es más, ni siquiera me había molestado en conocerle. Pero nuestro cruce de miradas habitual le había valido a mi mente para echar volar. Imaginación no me faltaba. El camino hacia el trabajo llevaba semanas siendo más entretenido. Pero todo estaba en mi mente. Pensaba que siempre sería así, hasta que una fuerte tormenta de verano cambió el sino de esta historia.

A veces dicen que es necesario que los astros se alineen para que ocurran ciertas cosas interesantes en tu vida. Y esta historia es una muestra evidente de ello. Yo nunca suelo ponerme enferma, y menos aún necesito abandonar mi puesto de trabajo para meterme en la cama. Pero la fiebre que tuve el verano pasado casi rompe el termómetro que tenemos en el botiquín de la oficina. Mis compañeros no querían contagios e insistieron en que me fuera a casa. Eran las 3 de la tarde, cuando yo normalmente salgo a las 8.

Me arrastré como pude hasta el coche y pensé en rezar para no dormirme en el trayecto. Pero al final no me hizo falta. Una descontrolada nube negra posada en mi área de movimiento me advirtió de que algo fuerte venía. Comenzó a llover cuando ya estaba aparcando y corrí hasta el portal de mi casa para evitar mojarme y que mi estado de salud empeorara aún más. Llevaba la llave preparada, pero no me hizo falta utilizarla. El vecino misterioso me estaba sujetando la puerta para que no me mojara. Un encanto, pensé. Así que no pude hacer otra cosa que sonreírle, pese a que mi expresión no brillaba en exceso. Sin hablar fuimos juntos hasta el ascensor y sin dudarlo un segundo lo compartimos. Sin que yo dijera nada pulsó al tercer y al quinto piso. El último era el mío, por lo que intuí que el tercero era el suyo. Sabía dónde vivía. Se merecía otra de mis sonrisas y así lo hice.

No había terminado de volver mi rostro a la seriedad, cuando el ascensor, que acaba de arrancar, se paró bruscamente. La tormenta había dejado al edificio sin luz. Y mi primera reacción no pudo ser otra que la de gritar. El vecino misterioso se rió y me puso una mano en el hombro para tranquilizarme. Inmediatamente después presionó el botón de alarma, pero fue inútil, nadie contestó al otro lado. A saber cuánto tiempo hacía que ese ascensor no había pasado las revisiones pertinentes.

En vista de que la avería iba para largo, me senté en el suelo a esperar. En ese momento, el vecino misterioso me acompañó en mi intención, extendió su mano y se presentó. Mi humor no acompañaba a la situación, pero en el fondo agradecí su cortesía. Bueno, su cortesía y su predisposición a hacer de aquella situación la más erótica para ambos. Nunca me imaginé en una como aquella. Pero a día de hoy aún sigo agradeciendo que ocurriera. No hicieron falta palabras. La tensión sexual inundó de pronto aquel habitáculo. El vecino misterioso giró su cara hacia mí, y nuestras mejillas se rozaron. Sus labios carnosos se me hacían irresistibles, y aún a riesgo de ser rechazada, me acerqué a su cara y besé suavemente su boca. Entonces la fiebre desapareció. Entonces todos mis males anteriores desaparecieron. Cerré los ojos esperando su reproche, pero éste nunca llegó. Todo lo contrario. Él entró en el juego.

Nuestros labios se entremezclaron, se saborearon, mientras la lengua del vecino misterioso intentaba, tímidamente, entrar en mi boca. Mi excitación fue en descontrolado aumento. La mano del misterioso empezó a acariciarme, mientras su lengua y mi lengua se había convertido en una sola. En ese momento comienzo a desabrocharle la corbata y los botones de la camisa. Y empiezo a besarle el cuello, mientras él me baja los tirantes del vestido, permitiendo que mis pechos aparezcan enfundados en mi sujetador de encaje negro. Seguido arqueo mi espalda hacia atrás, y su lengua baja desde mi cuello hasta mis pechos. Desabrocha el sujetador y acaricia mis pechos, con suavidad, mientras su boca se acerca a ellos, y su lengua recorre la aureola de uno pasando rápidamente al otro para darle su ración de caricias. El delirio cada vez era mayor.

Cuando menos lo espero, me empuja hacia atrás, tumbándome en el suelo del ascensor. Coloca mis piernas en sus hombros, y empieza a bajar por ellas lamiendo y besando mis muslos, hasta llegar al borde de mis braguitas. Llega con su lengua a mis ingles, y las recorre con maestría. Y con suma delicadeza me desnuda completamente. Sin más dilación, empieza a pasar su lengua por él, por el exterior, por los labios. Poco a poco, y muy lentamente, introduce su lengua en mi clítoris, rodeándolo, acariciando su perímetro. Sus labios lo atrapan y lo succiona. No tardé ni tres minutos en correrme. La situación no podía ser más excitante. Así que cuando terminé de disfrutar de mi momento, estiré mi brazo hasta alcanzar su pene con intención de hacerle disfrutar de la misma manera que lo había hecho yo.

No había acabado aún de bajarle la bragueta cuando la luz se volvió a restablecer y el ascensor a moverse. Ambos nos miramos asustados y rápidamente nos vestimos. De repente empezamos a escuchar voces en el rellano de su piso. La de una mujer. Él se quedó paralizado. "Es mi mujer", dijo avergonzado. Yo ni le miré. Me di la vuelta y esperé a que saliera del ascensor. Él intentó despedirse pero yo se lo negué.

Nunca más me lo he vuelto a cruzar. ¿Cambiaría de casa? ¿O simplemente cambiaría de horario para no volver a cruzarse conmigo?


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