Educación y puertas al campo
La cuestión de la Educación para la Ciudadanía y el doctorado honoris causa por la Universidad Rey Juan Carlos para Rodrigo Rato son dos asuntos de actualidad especial en medio de la marea de problemas que la sociedad española viene padeciendo. La EpC ha dado trabajo al Tribunal Supremo, que tras intensas y prolongadas sesiones deliberantes ha rechazado el derecho a la objeción de conciencia contra la asignatura, que ya ha sido cursada por más de un millón de alumnos en los cursos segundo, tercero y cuarto de la ESO, frente a la interposición de unas cincuenta mil objeciones. La pleitesía académica tributada al ex miembro del Gobierno de Aznar, alrededor de una semana después de que el ex presidente recibiera análoga distinción por la Universidad Cardenal Herrera, no parece un asunto de mero trámite, estrictamente académico y carente de intención política.
El episodio judicial relacionado con la EpC ofrece la apariencia de haber sido, por parte del Supremo, un frenazo a favor de una de las partes litigantes y, al mismo tiempo, un suave reconocimiento de que en tan delicado debate resulta imposible poner puertas al campo. El Gobierno quiere rendir tributo a su laicidad y un segmento de la sociedad más conservadora, aunque no toda ella, argumenta que la citada asignatura es un arma de dos filos que produce indefensión moral en su sector más vulnerable, el que representa la enseñanza de sus hijos.
Algunas Autonomías, en las personas de sus altos mandatarios, han podido frotarse las manos ante la posibilidad de ir forjando una casta de ciudadanos maleables y aptos para el servicio de determinados intereses ideológicos que los instrumentos del Estado no logran controlar. Cuando se trate de objetar ciertas modalidades de la educación ciudadana, ¿quién garantiza el éxito de sectores minoritarios sabedores de que pasarán por insolidarios frente a criterios mayoritarios intensamente ideologizados y, en el menos sospechoso de los casos, fuertemente particularistas?
La Iglesia, como es lógico, intenta que sus valores morales y religiosos no sufran "rozaduras" por posibles desviaciones intencionales de los principios laicos. Hay una amplísima población escolar, la más abundante con diferencia, que estará, para bien, o para menos bien según se vea, en poder del viento que sople a través de los criterios profesorales y los contenidos y enfoques de los libros de texto.
Éste es el clima reinante en una atmósfera tan vital como es la educación, esa arma de peligroso manejo para unos y para otros sectores sociales concernidos. El Gobierno de Zapatero, por supuesto, está en condiciones de felicitarse en términos políticos, y ya sabrá hacer uso electoral de la situación cuando le convenga buscar rentabilidad de sus fundamentales aspectos.
En lo que respecta al otro tema de actualidad, la distinción honorífica, después de la de Aznar, tributada a Rodrigo Rato, no deja de sorprender la programación de estas dos exaltaciones prestigiosas a tan pocos días de distancia, aunque en estos casos la festividad de santo Tomás de Aquino, patrono de la cultura católica oficial, pueda explicar el manejo de las fechas académicas. Ahora bien, resulta un poco difícil pensar que se trata de episodios sucesivos carentes de todo significado político. No es cuestión de sumar birretes tan sólo. O no lo parece. Al acto de la Universidad Rey Juan Carlos no asistieron ni Aznar ni Ruiz-Gallardón. Estaban haciendo muy oportunamente turismo en el extranjero. Esta circunstancia, de la que sería temerario extraer demasiada conjetura, ha dejado a Mariano Rajoy, el hombre que menos porvenir podría tener en un eventual conflicto sucesorio dentro del PP, a solas con su sonrisa de protocolo.