Drama y silencios cómplices

La cosa no está clara, pero sí pone negro sobre blanco la cruda realidad. A los tres miembros de la familia Caño Bautista al parecer no les mató un pescado caducado, sacado de la basura para alimentarse, sino probablemente un agente tóxico de algún producto que tenían en casa y que contaminó el alimento. De momento el resultado de la autopsia de los tres miembros de la familia de Alcalá de Guadaíra no despeja la incógnita de qué pudo provocar el fatal desenlace, pero sea cual sea la conclusión, este trágico suceso es el reflejo de la necesidad en la que viven muchos hogares españoles.

El padre, fontanero en paro, se intentaba ganar la vida recogiendo con su furgoneta cartones, ropa y cualquier cosa que sirviera para reciclar. El camino que recorrió Enrique en los últimos años es el mismo por el que han transitado cientos de miles de españoles desde que la crisis se hizo acto de presencia. Ellos, como tantos otros, vivían como okupas en su propio piso, embargado cuando les fue imposible hacer frente al pago de la hipoteca y aunque recibían la ayuda de la renta disección social de 426 euros, que se les terminaba en marzo, la situación era dramática.

Según la última encuesta de población activa en España hay 1,8 millones de familias con todos sus miembros en paro, lo que significa que estos hogares están en una situación límite.

El hecho de que todos dieran por cierto que el suceso de Alcalá de Guadaíra se debía al consumo de pescado recogido de la basura, da una idea de que este tipo de acciones se han convertido en algo cotidiano y, por cotidiano resulta más escandaloso. En las grandes ciudades ya es una escena habitual ver a personas, de un aspecto idéntico al de cualquiera de nosotros, buscando entre la basura, como lo es ver a familias enteras haciendo cola para recibir ayudas de la ONG. Ya sabemos que la crisis ha hecho mella especialmente en las clases medias y se ha ensañado sobre todo en sectores como la construcción, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, pero nunca, nunca jamás  nos debemos acostumbrar a ver escenas así.

En la  próspera Europa los niveles de pobreza están llevando a muchos a una situación desesperada

Recuerdo perfectamente cómo me impresionó leer hace años en los periódicos la noticia de que en Argentina había niños que se estaban muriendo de hambre y desnutrición. Todos nos echamos las manos a la cabeza preguntándonos cómo en un país tan rico en materias primas  podían estar ocurriendo estas cosas. Pues ahora resulta que en la  próspera Europa los niveles de pobreza están llevando a muchos a una situación desesperada lo cual además, de indignarnos, nos debe llevar a una profunda reflexión sobre qué hemos hecho mal.

No es cierto que aquí todo el mundo se ha creído nuevo rico, o haya vivido por encima de sus posibilidades. Más bien lo que hemos tenido han sido gobernantes que nos han hecho vivir una ficción y a bases de mentiras nos ha ocurrido lo que en el cuento de la lechera. La cosa ahora no está para cuentos, pero sí tendremos que sacar la moraleja de toda esta historia. Debemos ser exigentes con nuestros gobernantes y también con nosotros mismos. En este país la sociedad civil está silente, y es acomodaticia de lo cual se aprovechan algunos y siempre son los mismos los que sacan tajada de nuestra indiferencia. ¡Basta ya!

Esther Esteban