Día décimo de campaña: las encuestas

Las encuestas volvieron el día décimo, domingo. Sin imprevistos, según la tónica acostumbrada, manejándose si no por igual si con grandes similitudes por las primeras de todos los diarios, fueran estos nacionales, regionales o provinciales.

En ellas estaban impresos los peores temores de los socialistas y las alegrías indisimulables de los populares, sus contrarios y favoritos en la carrera electoral. Coincidían todas en certificar la derrota anunciada del PSOE y calibrar ésta en unos dígitos de muy difícil valoración. Por el contrario, el PP aparecía ya desbordado y aún creciente, con un electorado.

Rubalcaba se refirió a ellos, los resultados de las encuestas, se entiende, quitándoles valor y tratando de disimular el impacto negativo provocado. Y apeló con inteligencia al ejercicio del voto, única fuente de legitimidad para un resultado electoral, y con contundencia a movilizar el voto socialista atribuido a los indecisos para recuperarlo el próximo domingo.

Mientras Rajoy no oculta su satisfacción demoscópica, en este asunto reacciona como en tantos otros, relativizando y modulando hasta la incomprensión el significado de su opinión.

En esta tesitura, el PSOE afronta la recta final de campaña con la obligación de convertir los vaticinios en proclamas interesadas y los votos perdidos en nuevas papeletas con el puño y la rosa en la parte superior derecha.

Se va acercando la hora de la verdad, que decía Julián Besteiro,  quien sabe si proféticamente, y los socialistas invocan el espíritu del 93 cuando González dio la vuelta a las previsiones y logró hacerse con un nuevo mandato en la Moncloa.

Rubalcaba, atento a las expectativas, ampliará, con seguridad, el margen de su discurso y se saldrá del insistente guión ya repetido para invocar nuevas y poderosas razones que motiven a las convicciones democráticas de los que ven con cierta preocupación, incluso desde el centro, el crecimiento desaforado de un partido único animado a gobernarlo todo sin compañía de nadie. Rubalcaba mostrará, sin duda, nuevos argumentos de peso para impedir la caída electoral anunciada y ofrecer la imagen de un liderazgo capaz de mantener un  discurso abierto a la mayoría de la sociedad aún en circunstancias tan objetivamente adversas como estas.

Rubalcaba, no lo olvidemos, es percibido en las inmediaciones de Felipe, el autor de un proyecto político de mayorías con vocación de gobernar autónomamente. Con seguridad, ampliará sus mensajes para responder a ese modelo.

Y reducirá drásticamente la desventaja. Atentos.

Rafael García Rico