De Pilar López de Ayala y su mono Aristipo

Límpida y con la febril mirada de lapislázuli, Pilar López de Ayala, desasosegada, como harta, se dirigió a la sección que yo atendía en los grandes almacenes. Buscaba ropa para Aristipo, que se le iba quejando de frío, y no sin acritud, cuando aún la temperatura superaba los 19 grados Celsius. Estos jodidos griegos, con su mediterraneidad, pensé yo.

Costó desenganchar al monito Aristipo de la cadera de la bella, supongo que yo también me habría resistido, y fue sólo gracias a los tirones de la propia Pilar que lo conseguimos, para probarle ropa. Es comprensible que el tipo no se me viniera a los brazos, como Cheeta se iba de la cadera de Maureen O’Sullivan para abrazarse a Johnny Weissmuller tan feliz como volvía a irse del nadador para ahorcajarse de nuevo en la cadera de la dulcísima, amantísima madrasta.

–Uf, a veces se pone imposible –dijo Pilar, resoplando, recomponiéndose la oscura melena de ónix–. Aún se cree el correveidile de Sartre cuando el vejestorio, más o menos a espaldas de la Beauvoir, se quilaba a Michelle, la todavía entonces esposa de Boris Vian… Sartre era muy tacaño y lo tenía hecho un adán, fíjese, pobre Aristipo, el primero en adoctrinar a las gentes en la Filosofía a cambio de un estipendio con el que ayudar a Sócrates, su maestro… Yo lo he empleado como monito de compañía e imitación, ja, ja, ja, acaso como Wyndham Lewis designó a los del Bloomsbury Group, pues me ha prometido guiones exclusivos de uno de sus mayores glosadores, el peripatético Fanias Eresio.

–¡Coño! –se me escapó–. Sólo así se entiende que tenga usted por sirviente, más cabrón que el de Joseph Losey compuesto por Dirk Bogarde, a este avaro insoportable, como bien le dijo Platón en Del alma.

–Bueno –dijo la bella López de Ayala, con una risa–. No se crea; Es muy servicial, mejor que una maquilladora… No en vano Timón lo motejó de afeminado, recuerde aquellos versitos: Cual la naturaleza de Aristipo, / blanda y afeminada, / que sólo con el tacto / conoce lo que es falso o verdadero

No le gustaron los pullovers, ni las chaquetas, ni los abrigos que le mostré. Sin embargo, vio en la sección de deportes un chándal que brilla en la oscuridad, y allá que se fue contento.

Pilar López de Ayala y yo lo miramos ir. De súbito, junto a ella, experimenté una peristalsis que no era sólo gástrica: Apetitos concitándoseme tan poética como lujuriosamente deleitosos. Recordé inevitablemente, claro, aquellos versos de Oliverio Girondo:

… un paradigma

un eromito

… en el paraíso hecho carne

una perdiz a la crema.

José Luis Moreno-Ruiz