De cuando Miley Cyrus anduvo por Madrid con su mono Eurípides ahorcajado en la cadera
Volví una noche a La Coquette, cerca de Ópera.
Se había empeñado una muy dilecta amiga –guapa y jubilosa, gozadora, pigal (del latín pyga, nalga), joven putilla (del latín putta, que significa muchacha)– que acaba de descubrir el bar.
Bien, pues fue que pedimos más de beber, y allí, en la barra, con Eurípides ahorcajado en su cadera como Cheeta se le colgaba a Maureen O’Sullivan, estaba Miley Cyrus, tomándose tragos de bourbon cual su propio padre; tal que a punto de hacer ella su magnífica versión de Jolene, de Dolly Parton, y no una de las cascachifladas con que le llegaron los dineros desde sus días púberes como Hannah Montana.
Decir: No me prestó la menor atención.
Al cabo de muy poco rato se iban Miley Cyrus y la pigal, tomadas de la mano.
–Cuídame a Eurípides –me dijo la divita–. Lo recogeré aquí mañana a esta misma hora.
Mi noche de copas con Eurípides fue la típica con un intelectual, más si encima pertenece al gremio de los teatreros. Los prevengo, queridos:
No se crean mucho a Eurípides: tiramos más los tíos hacia Afrodita que por Artemisa. Sobre todo, cuando con los años dejamos de ser arrogantes y de creernos puros, lo que es decir cuando dejamos de repetirnos aquella tontería, una más, de Lope de Vega, que tanto gustaba de citar Nietzsche: «Yo me sucedo a mí mismo».
Mi noche de copas con Eurípides fue la típica con un intelectual, más si encima pertenece al gremio de los teatreros
En realidad ahí estriba el monoformismo de Sófocles, por otra parte, aunque Aristóteles, que tan harto estaba de sus personajes de una pieza, tampoco viera con justicia a Eurípides, por considerar estúpidos los cambios psicológicos de sus personajes. Pero… Miren que siempre he defendido yo a Eurípides de las invectivas de Aristófanes, que incluso llamó verdulera a su madre, según lo refiere Filócoro, pero, caramba; tanta ponderación que me hacía de las mujeres, tantos sus denuestos contra el papel tradicional asignado en el teatro a las damas, y justo cuando yo tenía que soportarlo mientras mi pigal y joven amiga se quería ensalivadamente con Miley Cyrus, clitoromegálicas ellas… Supongo que comprenderán mi hartazgo del tipo.
Para colmo:
Ya ida de Madrid Miley Cyrus, quedé a tomar café con mi amiga. Sólo evocaba ella, de principio a fin, extática más que estatuaria, perdida su mirada en el vacío, la manera que tenía Miley Cyrus de subirse los estrechos pantalones vaqueros, tras el coito y la ducha, hasta cerrarse el último botón de la bragueta y dejarla –dijo cerrando entonces los ojos– con esa impresión deleitosa de su tanga inmaculado desapareciendo poco a poco bajo la capa azul del blue-jean. Con un brillo –y es que lo dijo así– que le hizo recordar el fervor lumínico de ese cuadro de Manuel Viola titulado Balada de luz y tinieblas.
José Luis Moreno-Ruiz