Cooperantes, secuestros, libertad

Mi virtual amiga en facebook, Marisol Tolós, mantiene cada día encendido en internet un cronometro que muestra el tiempo que corre en contra de la libertad de los cooperantes españoles secuestrados en África. En su calendario en la red social señala el paso del tiempo y en una de las jornadas apuntadas se pregunta, con razón, acerca de la prudencia, el silencio y el tiempo perdido en las supuestas, o imaginarias, quien sabe ya, negociaciones para que retornen a sus hogares.

Hace unos años, ambos junto a otros muchos internautas, organizamos una página en facebook exigiendo la libertad de los cooperantes catalanes secuestrados por al Qaeda del Magreb Islámico, que, seguramente, no sirvió más que para aliviar, ojalá fuese así, el malestar de sus familias y amigos y de, por supuesto, todos los que vemos en la solidaridad ante el dolor ajeno una razón para erguirnos.

Ya he escrito en estas páginas sobre los complejos sistemas del negocio del secuestro de los que, me temo, no escapan intermediarios bien instalados en las cómodas oficinas de la City, por poner un ejemplo que nos recuerda a los intereses que mueven los secuestros de barcos en los mares del cuerno de África, y que son la verdadera razón económica de esta crueldad ahora extrañamente invisible. Ni fe ni gaitas, ni Islam, ni infieles, ni ninguna de esas obscenidades sobre las que me pienso poner las botas en un próximo artículo, harto ya de la connivencia y la convivencia con regímenes, grupos, partidos y sectas que defienden los peores rastros de nuestro pasado como seres inhumanos y ante los que actuamos con poderosa cautela, no ya por el recurrente asunto del petróleo sino, también y es peor, por esa estúpida visión del mundo en la que la tolerancia con quien se opone a los que nos caen mal acaba justificando dictaduras atroces y comportamientos “legales” que dejan lo discriminatorio convertido en un juego de niños.

Será otro cantar, pero desde luego sin caricaturas y sin humor, ya que estoy harto de esa gentuza que amparada en unas creencias que parecen justificar el salvajismo, la mutilación, el crimen, la persecución de la mujer, la ignorancia y el analfabetismo como base de su edificio social, pasa inadvertida entre tanto laico patrio de salón que en cambio, en España, sabe tanto de discriminación e injusticia, pero que, al parecer, limita su rabia a lo que le es más accesible e inmediato y, por tanto, más cómodo. Como sin con todos sus errores y horrores ambas fueran comparables. Y como si aquí mismo no creciera cada día el huevo de la serpiente de una cultura que pisotea desde el primer cantar de la mañana los principios de la revolución francesa y de los derechos del  hombre – y de la mujer -que no son, ni más ni menos, que los principios de la civilización, sin más adjetivos.

Insisto, será en otro momento.

Hay que dejar actuar al gobierno. Supongo que, en este caso, a los gobiernos, y que la presión social sirve para aumentar el valor de mercado de los privados de libertad. Es posible y seguramente cierto. Pero no lo es menos que los gobiernos deben avisarnos a los ciudadanos de lo que les sucede a nuestros compatriotas no sé si con  extraordinaria diligencia o, al menos, con moderada cautela. Pero algo deberán contarnos para que la condición de nacionales encarcelados en tierras extrañas no sea un asunto de un día, ni dos ni tres, sino una preocupación de todos nosotros todos los días.

Creo que la actividad de los cooperantes, en Somalia o en el Sáhara, merece el respeto de nuestra atención. Y que su labor, en esto soy absolutamente imparcial, junto con la de muchos hombres y mujeres de religión comprometida, es uno de los bienes sobre los que se asienta el principio de humanidad que debe regir el interés público. Si no somos capaces de sentir como nuestro el dolor ajeno y contribuir a paliarlo, no seremos capaces de encontrar las respuestas más justas a los problemas más cercanos. Eso es así, ha sido así y será así siempre, aunque alguien, desde la comodidad de la frívola soberbia considere el esfuerzo y el sacrificio ajeno como un capricho ocioso.

Me descubro, una vez más, ante nuestros ciudadanos secuestrados, privados de derechos y libertad, en manos de tratantes y exijo con humildad, prudencia y rotundidad que se haga todo lo quesea preciso para que vuelvan a casa lo antes posible. Y luego que los gobernantes se pongan las medallas que quieran, esta vez, estoy seguro, la oposición será seria y responsable y no querrá sacar partido del necesario y ansiado regreso de los mejores embajadores de este país.

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Rafael García Rico