Cómicos en el Senado

Hay algo en Telecinco que siempre me llama la atención. Creo que es esa especie de imán que tiene para atraer espectadores contando cosas sobre personajes innecesarios y mostrando sus miserias con un cierto candor y una brutal obscenidad. Creo que cada vez me gusta más, porque creo que a diferencia de lo que algunos intelectuales predican, no solo nos muestra nuestro lado oscuro, sino también nuestra naturaleza evidente, nuestro ser más cotidiano.

El siglo de oro produjo una literatura cargada de cotidianidad, inventamos a los picaros

No somos del todo así, ya lo sé, pero nos gusta verlo como si lo fuéramos; como si esas peloteras impostadas que se fabrican cada día, estuvieran reflejando nuestros verdaderos "yos". Por ver series de zombis no nos convertimos en seres irreales, así que supongo que a pesar quede que nos embeben estamos a salvo de convertirnos en cualquiera de los sujetos perennes que pueblan la cadena. Y esa seguridad es la que motiva nuestra atención.

Creo que Gran Hermano es en realidad el día a día de la cadena. Y creo que Gran Hermano es un reflejo de nuestra forma de asistir a la vida a en sociedad. No creo que haya mucho diferencia entre ver la tele y asomarte al balcón de una corrala, poner la oreja en un patio de luces o pasar la tarde en una taberna del barrio, por donde van pasando los vecinos a apostarse en la barra y compartir sus genuinas miserias con el tabernero y al alcance de las escucha de los parraquianos. Las mamás van al parque con sus cachorros y sentadas en un banco repasan su actualidad vital como si fueran un programa de radio de los años sesenta.

El siglo de oro produjo una literatura cargada de cotidianidad, inventamos a los picaros, por ejemplo, abriendo el espejo de realidad que había en la España negra y anteponiéndolo a aquella otra literatura del amor cortés o de las bellezas neoplatónicas del renacimiento que surcaban más el idealismo que la verdad pura y dura del día a día.

No creo que haya mucho diferencia entre ver la tele y asomarte al balcón de una corrala

Nuestro comportamiento no ha variado mucho desde entonces; al fin y al cabo aquel primer teatro de extraordinaria belleza contaba cosas nuestras en las que la realidad vestida de ficción era más o menos el pan de cada día.

España es como un entremés inagotable. Me pregunto porque no habrán puesto gradas en el ágape del Senado que se ha servido para conmemorar el asunto este constitucional. Podíamos haber ido como van las vecinas ociosas a Telecinco y haber aplaudido, con una buena audición, las conversaciones de los corrillos. Hubiera sido un cámera café original y hubiera servido para resucitar un poco a Valle, que lo vamos olvidando.

El esperpento de un diálogo entre varios diputados acerca de lo dura que es la crisis, aplausos en la grada, un espectador emocionado grita ¡bravo!, se interrumpe la escena y los políticos artistas saludan al tendido. Continúa después con mayor motivación el sainete en vivo y en directo. Como si fuera un plató de la cadena amiga, Rosa Díez podría dejar escapar alguna lágrima y Tony cantó gritar un florido Viva España.

La política podría ser un excelente corral de comedias. Llegaría Rajoy, el hombre enmudecido con razones alicortas, ya desvelada su mediocridad por el mismísimo Aznar, y evocaría un gesto de complicidad ante la grada, recitaría un par de artículos que los constituyentes se sacaron de la chistera en su día y doblaría la cerviz ante el respetable en busca de un aplauso sincero para, acto seguido, hacer un magnífico mutis.

Hubiera sido una pieza memorable, tanto o más que la Constitución. Es verdad que no andamos sobrados de buenos monologuistas en la cosa parlamentaria porque en nuestras Cortes basta con leer lo que escribe un asesor pariente y esperar a que aplauda la parroquia si se despierta a tiempo. Por eso este evento de la conmemoración hubiera sido una ocasión inigualable para revitalizar la cosa pública, dar un salto al XVII y convertir el Senado de la Plaza de la Marina en algo útil por unas horas dejando pasar al pueblo a ver la representación: el teatro en vivo como se hacía entonces por Madrid, en las plazas y jardines.

Con unas palomitas que llevarnos a la boca y una bota para apaciguar el gaznate, el pollo de Andreíta sería un bello recuerdo del pasado, ya que todos nosotros nos convertiríamos en adictos seguidores de las escenas cotidianas de la vida política nacional y del duro y difícil trasiego cotidiano de esta original compañía de cómicos.

Tengo que hablarlo con Vasile, podríamos forrarnos.

Rafael García Rico