Buenafuente y la estadística

Decía Borges que la democracia es el abuso de la estadística. A Borges le encantaban, a partes iguales, la ironía y el cinismo, y, por eso, cuando llegó Perón al poder, una de las primeras decisiones que tomó fue arrebatarle el puesto de bibliotecario y nombrarlo inspector de gallineros. El peronismo, y cualquier forma dictatorial disfrazada de nacional socialismo, nunca ha tenido sentido del humor, y siempre le ha parecido el humorismo algo tan sospechoso  como revolucionario, lo mismo que a los comunistas que lo juzgan contrarrevolucionario y burgués.

Andréu Buenafuente ha sido víctima del último abuso de la estadística, y ha dejado su programa de televisión, que no alcanzaba grandes cotas de audiencia por dos factores terribles: la ausencia de zafiedad y la presencia del humor inteligente. Lamento tener que añadir el término "inteligente" al de "humor", lo cual es una redundancia, pero el abuso de la estadística comienza a dar por bueno que se considere humor el invitado de la boda de pueblo que se pone la chaqueta del revés, y el cuenta chistes de guardia, que te endilga uno, venga o no venga a cuento.

La sociedad que vamos construyendo siente una gran afición por los trazos gruesos, y huye de cualquier pincelada fina que esté asociada a los matices. Eso quiere decir que lo cuantitativo se ha apoderado de lo cualitativo, y que lo que importante es la cantidad. A partir de ahí el abuso de la estadística nos proporciona un menú audiovisual donde la sal gorda sustituye a las especias, y el tambor hace las veces de violín. El resultado es bastante chirriante, pero la estadística demuestra que no se rechazan las estridencias, antes bien, gozan de las predilecciones del público que es libre y miente al encuestador, diciéndole que se pasa el día observando el bostezo del león de la 2, cuando luego las estadísticas nos cuentan la verdad. O sea, nos informan del abuso.


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Luis del Val