Bárcenas de las narices
La primera vez que le oí fue en 1976, escuchando un disco de mi hermana en el que cantaba, en homenaje a Víctor Jara, una canción emotiva y desgarradora que cautivaba por la voz, la guitarra y la letra. Luego vinieron los años de la llamada Transición, que consistieron, por el lado donde yo andaba, en palos y carreras, pintadas, reuniones de célula y panfletadas en las bocas de metro, antes de los saltos callejeros en los que sinceramente, te la jugabas. Y él andaba por ahí, sobre todo con aquel himno impresionante que hablaba de una tierra en la que, algún día, pondría libertad.
Era un maño simpático y bonachón, un tipo hecho con la materia del compromiso y con una sustancia de valores que impregnaba todo cuanto hacía. Era noble y recto, pero no rancio ni estirado. Todo lo contrario. Federico Jiménez Losantos, poco sospechoso de ser complaciente con cualquier izquierdista de pro, dice de él que era abierto, culto y una buena persona incapaz de practicar el sectarismo. Es decir, practicaba en su vida cotidiana lo que defendía en su discurso político, el que había ido construyendo con su implicación en la defensa de la democracia y del socialismo, una ideología sin marca oficial en el PSOE, al que nunca perteneció.
Bárcenas se metió en la mochila todo lo que pudo de nuestro país
La vida de Labordeta es paralela a la de Bárcenas. Ambos estaban en la política y ambos coincidieron en las Cortes Generales, y ambos pensaban en España. Labordeta recorrió España dándonos a conocer a todos los españoles los rincones de nuestro país, los entresijos de nuestra cultura popular y las singularidades de nuestras tradiciones, costumbres y peculiaridades, la riqueza de nuestra diversidad a pie de caminante. seguramente en su programa de televisión había un amor por la España de los ciudadanos mayor que cualquier contenido de discurso político. Nos metió a todos en su mochila. Igual que Bárcenas, que se metió en la mochila todo lo que pudo de nuestro país.
Labordeta se echó a la arena de la política más que militante, institucional, cuando ya parecía que estaba fuera del circuito activo: lo hizo para defender los intereses de Aragón, polvo, niebla, viento y sol, y para hacer valer su pensamiento de izquierdas en una tribuna del Congreso que carecía de ritmo, empaque, contenido y mensaje social más allá de lo habitual. Se opuso a la guerra con un bello poema de su hermano Miguel, y dio altura desde su escaño al cargo de diputado. Como Bárcenas, una vida paralela, que convirtió en cargos a su cuenta su paso por la política. Labordeta hizo su trabajo y se fue tranquilo. Los diputados del PP, patriotas sin tacha, se mofaban de su recorrido televisivo por la patria que tanto los emociona con la pulserita; le llamaban cantautor de las narices, y él los mandó a la mierda. Patriotas de Suiza.
Y ahí están, vistan el muñeco como lo vistan, la mierda y el fango. La inmundicia los ahoga en el pozo en el que su tesorero, Bárcenas -que nunca terminó de irse - los ha metido al hacer públicos sus enjuagues. Presuntos, por supuesto.
Hay formas de estar en política. La de Labordeta, por ejemplo, y como ejemplo la de los conspiranoicos, cogidos con la mano en la cartera. Me quedo con Labordeta cada vez que tengo que hablar de Bárcenas. Es extraño, pero es el primer nombre que me viene a la cabeza. Es la primera persona, el primer gesto, el referente moral y de valores que ojalá todavía estuviera. Para mandar a muchos a la mierda, y entonar una hermosa albada.
Rafa García-Rico - en Twitter @RafaGRico - Estrella Digital
Rafael García Rico