A tres centímetros y medio del abismo

Los funcionarios, excitados por unos sindicatos y una izquierda irresponsable, han salido a la calle. Y se han manifestado. Es su derecho. Están cabreados porque les han quitado la paga extra de Navidad. Pero, ahora, ¿qué?  Ahora nada. Tiempo perdido. Porque, les guste o no, todo el pescado está vendido. No hay un euro. Se acabó lo que se daba. Los funcionarios pueden mostrar su indignación. Pueden dejarse llevar por unos sindicatos, que eran incapaces de movilizar a nadie y se están aprovechando de ellos, o por una izquierda que siempre está dispuesta a invadir la calle cuando pierde el poder en unas elecciones. Pero no hay salida.

Pueden seguir cortando calles. O vistiéndose de negro. O manifestando una indignación desmedida. Pero ellos, mejor que nadie, saben que España está a tres centímetros y medio del abismo y que el Gobierno no puede hacer otra cosa que lo que está haciendo y lo que hará. Y, además, está legitimado para hacerlo.

Aunque les duela reconocerlo. Aunque moleste entenderlo.

Ganó unas elecciones hace ocho meses y está legitimado para llevar a cabo una serie de acciones para impedir que caigamos en el abismo. ¿Por qué se le niega ese derecho? Lo ganó en las urnas. Lo prudente sería esperar a ver si las medidas dan resultado. Y eso es imposible saberlo ahora. No son la purga Benito.

La izquierda del eufemismo y las cataplasmas que nos gobernó durante dos legislaturas no quiso hacer nada. Cometió prevaricación civil por omisión. Sabía que había que tomar medidas iguales a las que está tomando este Gobierno pero no se atrevió a hacerlo por propio interés electoral. El Olvidable ZP sabía que si las tomaba, el PSOE se hubiese desecho en las urnas como un azucarillo en el café. Sabía de sobra que las cosas estaban muy mal porque él no había hecho nada en el momento que debió hacerlo, esperando el milagro de unos brotes verdes o de una recuperación de las locomotoras económicas europeas que tirasen de España. Y no hacer nada era su única salvación. Rubalcaba, lógicamente, que sabía de la trapisonda zapaterista, lo consintió porque él era el candidato socialista. Por eso, ahora, a veces se muestra comprensivo con Rajoy y a veces salta porque le obliga el socialismo montuno.

Un socialismo agreste y una izquierda radical que prefieren descalificar, tomar la calle, azuzar la ira y armar bronca sin importarle que estemos al borde del precipicio. Incluso, empujándonos hacia él. Irreflexivamente.

Dicen los sindicatos, que andan rabiosos porque le han bajado las subvenciones y van a poner a trabajar a un gran número de sus liberados, que las manifestaciones y las protestas de funcionarios van a seguir. Y en sus arengas demagógicas hablan de obligar al Gobierno a retirar estas medidas, aunque sólo protesten los funcionarios.

Están en su derecho de pedirlo. Pero el Gobierno, hasta las próximas elecciones generales, está legitimado a negárselo. Así es la democracia.

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