jueves, marzo 28, 2024
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Delenda est Ásad

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La “primavera árabe” floreció en Siria en 2011. Como en otros países, llegó desde la sociedad. Solo en Túnez fue exitosa. Por ahora. En Egipto, los militares impidieron un conflicto interno a cambio de represión y cerraron el círculo: de Mubarak a Al Sisi, de un general a otro. En Libia, las protestas desembocaron en una contienda tribal. Gadafi dio a un país desestructurado la apariencia de un Estado durante 42 años. Tras su muerte en 2011, el desorden impera.

Los occidentales jalearon ingenuamente estas primaveras convencidos que traerían al mundo árabe la democracia occidental y la solución de todos los problemas del Oriente Medio. En Irak funciona tras la segunda guerra del Golfo en 2003 y la subsiguiente ocupación militar estadounidense, sangrienta, larga y costosa. En Afganistán, se superpone a un mundo tribal en los territorios controlados por las ineficientes fuerzas gubernamentales apoyadas ocasionalmente por tropas occidentales y entrenadas por ellas. El resto es un feudo de talibanes, islamismo extremista y narcotráfico. Peor sería sin la intervención occidental.

Ásad resistió el empuje primaveral, desatándose un conflicto civil. Siria es central en el Oriente Medio. Comparte frontera con Irak, Turquía, Líbano, Israel y Jordania. En su debilidad primaveral, todos intervienen en sus asuntos del mismo modo que lo hacen potencias regionales, Turquía, Arabia saudí e Irán, así como Rusia, con bases militares en Siria, y EEUU, sin olvidar al autollamado Estado Islámico y otros terroristas.

Siria tiene delicados repartos de poder internos. Allí gobiernan los alauitas, que son chiís, ahora con la “dinastía” Ásad. Ignorarlo es un error. No soltarán el poder y antes preferirán una partición siria. La complejidad de la situación es equivalente a la del Milanesado antiguamente, un ejemplo que nos es cercano históricamente, donde medraban España, Francia, el Papado, diversos Estados italianos, familias y partidas locales o ajenas que se disputaban el poder. Un avispero.

Las armas químicas están prohibidas por un Tratado al que pertenece Siria que lo incumple habiéndolas usado repetidamente contra su propia población. Son un arma de destrucción masiva y no es posible condonar su uso. Difícil era ya ignorar su empleo en Duma de lo que están convencidos, entre otros, EEUU, Francia y Reino Unido que han participado en el ataque del sábado pasado, y Alemania que lo ha apoyado. De España salieron dos aviones cisterna americanos para repostar en vuelo aviones de combate.

El Secretario de Defensa estadounidense, Mattis, un general, redujo la entidad del ataque deseado por Trump para evitar daños colaterales y descartar incidentes y escaladas con los rusos. Macron se apunta también este tanto. ¡Qué grande es! Mattis avisó a Moscú por canales preestablecidos del principio y fin de la operación.

“Esto tendrá consecuencias”, manifestó el Embajador ruso en Washington. Ya veremos cuales, pero el Kremlin no tiene interés en incrementar la tensión. Ampara a Ásad y controla Siria, instalaciones químicas incluidas, pero esta protección tiene límites y lo sabe. King Kong contra Godzila. Mientras, en NNUU, americanos y rusos se anulan recíprocamente con sus vetos. De ahí la operación. Se evitó en tiempos de Obama, pero con promesas sirias luego incumplidas.

Se puede dudar que estas represalias impidan un nuevo empleo químico por Ásad. La anterior represalia fue hace un año. ¿Iremos así, de año en año? Veremos. Estas andanadas tienen un coste para Siria y quieren ser un serio aviso “urbe et orbi” de que el uso de armas de destrucción masiva es inaceptable.

Las “primaveras” fueron un estallido circunstancial sin el potencial ni la naturaleza atribuidos equivocadamente por los occidentales que desecharon los consejos de prudencia de muchos especialistas. Unas cosas arrastran otras.

Carlos Miranda es Embajador de Españ

Carlos Miranda

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