viernes, marzo 29, 2024
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El milagro de Dunkerque

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El 24 de mayo de 1940 los alemanes se encontraban a tan solo quince kilómetros de Dunkerque, el último puerto importante de la costa francesa que seguía en poder de las cercadas tropas aliadas; y frente a ellos apenas había soldados que pudieran impedirles el paso, sin embargo, aquel día dejaron de avanzar, permitiendo que las unidades cercadas pudieran reorganizarse.

¿Cuáles fueron los motivos de tan milagrosa tregua?

El historiador alemán Karl-Heinz Frieser hace, en su obra El mito de la Blitzkrieg, un inteligente análisis de lo sucedido aquel día. El 23 de mayo por la mañana el general Von Kleist ordenó que sus mermadas tropas Panzer (algunas unidades tenían hasta un 50 % de sus carros de combate en estado no operativo) cerraran filas para poder enfrentarse con garantías a una eventual contraofensiva de las tropas cercadas. La orden, si bien despertó la ira de sus subordinados sobre el terreno, fue ratificada y convertida en orden de alto por los generales Von Kluge y Von Rundstedt, sus superiores. Sin embargo, cuando llegó a la cúpula del Ejército alemán, tanto Walther von Brauchitsch, su comandante en jefe, como Franz Halder, su jefe de Estado Mayor, se posicionaron en contra y decidieron revocarla retirando a Rundstedt el mando de las divisiones acorazadas y poniéndolas bajo el mando del general Von Bock.

La orden tenía cierto sentido, pues así, mientras el Heeresgruppe A (Rundstedt) se encargaba de preparar la invasión del sur de Francia, el B (Bock) acababa con la bolsa de Dunkerque. Sin embargo, en este juego de capas alternas, fue Hitler, a su vez, quien montó en cólera al enterarse de lo que había pasado y decidió no solo revocar el cambio organizativo efectuado por sus más altos jefes militares, sino también retirarles la capacidad de decidir cuándo volverían a ponerse en movimiento las tropas Panzer, dejando la última palabra a Von Rundstedt. Se dio entonces el llamativo caso de que Halder y Brauchitsch, máximos responsables de las operaciones en curso en Francia, tuvieron que suplicar a Von Rundstedt, su subordinado, que tuviera a bien ordenar que los carros de combate atacaron de nuevo. Este no iba a cumplir sus peticiones hasta la noche del día 26, de modo que estos no volverían a atacar de nuevo hasta la mañana siguiente: se habían perdido más de tres días.

Parada Panzer

De las múltiples razones que se han dado para explicar esta catastrófica decisión de Hitler, algunas, como la de que el terreno era pantanoso, el miedo a un ataque aliado por los flancos, el desconocimiento de la importancia de las fuerzas cercadas o la pérdida de interés de Hitler por las operaciones en el norte, carecen de base real; otra, como el interés de Hitler en facilitar la retirada de los soldados británicos, pertenecientes a la germánica raza anglosajona, se basan en excusas posteriores del dictador, quien trató de justificar su error con argumentos como este del “puente de plata” a fin de facilitar un eventual acuerdo de paz no basado en la humillación de los derrotados. Más visos de realidad tienen explicaciones como la de que la mentalidad continental de Hitler le impidió pensar que fuera posible una evacuación por mar o la de dejar la aniquilación del enemigo a la Luftwaffe, pero ninguna resiste a un análisis exhaustivo, pues el servicio de inteligencia germano había advertido con tiempo la posibilidad de una huida al otro lado del Canal, y era bien conocido el agotamiento de la Luftwaffe, cuyos efectivos estaban mucho más mermados que los de las fuerzas Panzer. Preservar a las agotadas tropas acorazadas podría ser, sin duda, una de las explicaciones más sólidas, sin embargo es importante indicar que el hecho de que los carros no estuvieran operativos no significa que se hubieran perdido definitivamente, pues en realidad iban a bastar unos días de trabajo en los talleres para resolver el problema y, cabe pues preguntarse. ¿Por qué detener a la totalidad de las fuerzas acorazadas alemanas y no enviar, al menos, un contingente menor para hacerse con el indefenso puerto?

Agotadas las explicaciones clásicas, el autor alemán propone otra sumamente interesante. Tras haber impuesto a sus jefes militares el plan del “golpe de hoz” del general Manstein durante los tormentosos y dubitativos días previos a la campaña, Hitler no había intervenido en absoluto en el desarrollo de la misma, y el triunfo, que él consideraba suyo ya que era quien había impuesto el plan de campaña, se lo estaban adjudicando sus generales, algo que no podía permitir ya que violaba el Führerprinzip, planteamiento que convertía en indiscutible e infalible su liderazgo. Así, no fueron consideraciones de índole militar las que llevaron a Hitler a respaldar a Von Rundstedt y abochornar a sus más altos jefes militares, sino de orden político. Todos tenían que tener claro que el que mandaba era él, y que la victoria era suya. Qué duda cabe que existe cierta justicia poética en el hecho de que, terminada la guerra, todos sus generales acabaran alegando exactamente eso: que el que mandaba era Hitler, y que la derrota final era toda suya.  

Desperta Ferro

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