viernes, abril 19, 2024
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El verano y el coste de los cuidados

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Ustedes son gente atenta a lo que ocurre. Así que, probablemente, esperan que opine sobre el mitin de Rajoy o sobre el bromista de Tardá, convocando repúblicas enfangadas en el tres por ciento, al grito de corrupción no. Me perdonarán, sin embargo, que hoy deje el teatro para ocuparme de alguna de las cosas de verdad importantes.

Quizá Ustedes no han caído en que es final de agosto. Ese momento en que padres, madres, abuelas y abuelos, regresan exhaustos de su anual ejercicio de cuidados infantiles. O quizá, sin respiro, por el cuidado de mayores dependientes.

Se acaba el verano, padres y madres se aprestan a sustituir el suplicio de la conciliación por la tortura de los gastos escolares.

Las familias españolas se gastarán, en un fenómeno bastante conocido, ochocientos euros de media en la vuelta al colegio. Lo que nadie calcula es el coste de conciliación veraniego con hijos e hijas.

Los colegios cierran en junio y traspasan las criaturas a sus familias, sin que estas dispongan de herramientas públicas – guarderías, ludotecas, campamentos,…- para cubrir un periodo que excede de las vacaciones de padres y madres. Incluso olvidamos que el mes de vacaciones ha pasado a la historia para la mayoría.

El coste económico de los cuidados de niños y niñas es incalculable. Si sumáramos, a precio de mercado, llegaríamos a la conclusión de que los abuelos y abuelas se han apropiado del PIB.

Ni los horarios, ni los salarios, ni las infraestructuras públicas, ni las políticas locales, ni las culturas corporativas garantizan la calidad de la atención a niños y niñas, sean estos críos o adolescentes. El coste económico de los cuidados de niños y niñas es incalculable. Si sumáramos, a precio de mercado, llegaríamos a la conclusión de que los abuelos y abuelas se han apropiado del PIB.

El ahorro de estado en estos meses alcanza niveles exagerados. El país público desaparece, se permite cerrar a casi todos los efectos en verano, porque las familias asumen su responsabilidad cuidadora, sin ayuda alguna del cacareado estado del bienestar, ese que dicen ha sobrevivido a la crisis.

Una familia de padres y madres trabajadores sin vacaciones, o sea un montón, que no quiera castigar a los abuelos y abuelas o no disponga de ellos, se gastará una media de veinte euros al día por criatura en ciudades como Madrid.

La red familiar forma parte de la cultura española. Lo que quizá no observamos es, en primer lugar, que los cambios sociodemográficos la están estrechando notablemente. Y, en segundo término, que la falta de remuneración de la economía de los cuidados constituye una fuente inagotable de desigualdad que, efectivamente, pagan las mujeres.

Ocupémonos de cosas transcendentales. Hagamos estados donde nunca los hubo, construyamos repúblicas sobre las ruinas del tres por ciento, pongamos en la cárcel a los que ni siquiera han sido imputados, convirtamos la política en arteras astucias, utilicemos la razón de estado para ocultar el hedor de las cloacas y todas esas cosas que tan bien hacemos.

Dejemos lo importante para las familias. Ignoremos su agobio, los costes de los cuidados, de los colegios. Hagamos que las redes de padres, madres, abuelos y abuelas se ocupen de lo que importa: nuestros hijos e hijas.

Libertad Martínez

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