viernes, abril 19, 2024
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MANIFESTARSE BAJO AGRESIÓN

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Estaba previsto, la manifestación por las víctimas de la terrible matanza terrorista en las Ramblas de mi querida Barcelona la transformaron en un espectáculo inmundo un grupo bien pertrechado de desalmados que pertenecen claramente al género animal y nada al racional. Escupir la ira en una manifestación de dolor por lo ocurrido demuestra lo que tantos sospechábamos, las calles de Cataluña han caído en manos de unos malvados con todo su cerebro perturbado por el odio.

La pasividad de los miembros del Gobierno de la Generalitat antes y durante la manifestación dieron toda la sensación de amparar lo que se avecinaba y se avecinó. En su radicalismo son esclavos de los más radicales que ellos. Una hipérbole suicida pero posible.

A quienes nos situaron en la cabecera de la manifestación desde el Rey a este humilde senador, nos vimos rodeados por unos ochocientos energúmenos. Muy bien organizados por secciones, donde cada cuatro o cinco metros veíamos las mismas cinco pancartas, cinco: contra Rajoy, contra la monarquía, contra la islamofobia, por el referéndum y contra el rey saudí.  Las mismas en el mismo orden y con la misma factura. Ni una en recuerdo de las víctimas. Ni una entre esa gente de mal.

Yo si quiero recordarlos. Esos niños reventados por el resbaladizo y grasiento deseo de mal, esos mayores golpeados hasta la muerte, esos adultos que pudieron comportarse como héroes muriendo para salvar a sus hijos de la barbarie asesina, todos ellos tienen mi recuerdo y mi plegaria. Todos ellos deben ser causa y objeto de homenaje público y también íntimo. Todos ellos, víctimas de la sinrazón, no merecieron el esperpento de una despreciable minoría y si les debemos nuestro póstumo cariño.

El momento álgido de ese alternativo putiferio político llegó a las seis en punto. Cuando la manifestación tenía que arrancar un grupito de unas dos docenas de jóvenes desafiantes, provocadores, cobardes y bien protegidos por quien debía proteger a todos, se colocaron a escasísima distancia del Rey Felipe y del Presidente del Gobierno de todos con las mismas pancartitas y detuvieron lo que iba a comenzar. Durante unos diez o doce minutos la vergüenza se apoderó, con la tristeza de todos, de lo que era un duelo catalán y español. Quizás hubo un peligro que pensarlo hiela la sangre. Gracias al cielo no fue.

Todos estos desafueros avalan sospechas no expresadas pero pensadas por muchísimos. El Gobierno de la Generalitat es incompetente en la gestión de casi todo, y la seguridad no es una excepción. El Gobierno de España en su prudencia no pide explicaciones por el rosario de errores, análisis equivocados, previsiones no hechas y medidas no tomadas por quien hubiera debido. No quiere echar leña al fuego independentista que como vimos ayer monta un espectáculo innoble para centrar la atención en la independencia y una de las ventajas colaterales de esa mala función era hacer olvidar responsabilidades. No todos las van a olvidar. Hay que saber cual es el valor ético de quien tiene esas responsabilidades y otras. Y no engañarse.

No quiero acabar este artículo con pena. Hubo un momento mágico que debió conmover hasta a los inconmovibles. Cuando Rosa  María Sardá recitó a Josep María de Sagarra, el gran catalán escritor, el gran escritor catalán. Que fuerza , que pasión, que amor y que arte puso la Sardá  a las palabras del bello poema. Hay que agradecer a la grandísima actriz catalana que supo volar por encima de la contrariedad buscada y llegar a todas las almas. Esa voz , esos ojos, ese sentimiento nos los regalaste a todos. Sencillamente, gracias.

Juan Soler, Senador de la Cortes.

 

Juan Soler

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