viernes, marzo 29, 2024
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Agosto 1917: huelga general revolucionaria en Madrid

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Los bajos del edificio del número 12 de la calle Desengaño de Madrid, junto a la Gran Vía, están ocupados hoy por un supermercado y un “palacio del sexo”. Nada indica que hace un siglo, en el ático de esta casa estuvo localizado el comité de la huelga general revolucionaria que, con epicentro en la capital,  tuvo lugar en España en agosto de 1917, uno de los múltiples hechos que pasa de puntillas por la historia de nuestro país.

Sin duda fue 1917 un año convulso. En España, un mes antes de que los rusos se echaran a la calle en el inicio de la revolución, el Gobierno disolvía la Cortes incapaz de contener el descontento obrero.

Un descontento que tenía su origen fundamental en el sector ferroviario. Los sucesos en Rusia iban a la par. Pocos días después de la debacle de los Romanov, Madrid amaneció con un manifiesto llamando a una huelga general indefinida a la que no se ponía fecha.

Evidentemente no se encuentra en mi ánimo ser un intérprete de esa historia, simplemente llamar la atención sobre un hecho muy relevante ocurrido en Madrid que contó con personajes de excepción, con el pánico de Alfonso XIII y con una represión policial y militar inusitada, llegando a proclamarse el temido el estado de guerra.

Los meses de agitación transcurrieron hasta el verano. En la capital, los servicios gubernamentales de espionaje, que no de inteligencia, parece que detectaron la presencia de Francisco Largo Caballero en los primeros días de agosto por los alrededores de la calle Desengaño. Largo Caballero, junto a Daniel Anguiano, Julian Besteiro y Andrés Saborit conformaron el comité de huelga que se constituyó el 10 de agosto.

Estos hechos, indudablemente, influyeron en el  futuro de nuestro país y volvieron a demostrar que Madrid, por suerte o por desgracia, es imprescindible, tanto en las victorias como en los fracasos.

Dos días después se hizo público, y corrió como la pólvora, el manifiesto redactado por Marcelino Domingo, “A los obreros y a la opinión pública”. Narran las crónicas que el 13 de agosto, a las ocho de la mañana, se inició la huelga y comenzaron a sonar las sirenas de la Estación del Norte. Tres horas antes, el ejército y la policía ocupaban posiciones estratégicas de la ciudad.

Los obreros fueron ocupando paulatinamente calles del centro de la ciudad y, a eso de las 11 de la mañana, tuvieron lugar los primeros disturbios. El Consejo de Ministros preparaba el bando de estado de guerra cuyo articulado tiene interesantes coincidencias represivas con la actual “ley Mordaza”. Así, quedaban bajo jurisdicción militar “las injurias, insulto o amenazas a las fuerzas del ejército; serán disueltos por la fuerza los grupos de tres personas que se formen en la vía pública…”

El martes, 14 de agosto, la prensa en manos del poder daba por fracasada la huelga mientras las manifestaciones y los disturbios continuaban. La represión más contundente tuvo lugar en Cuatro Caminos. Según se relataba en el periódico El Liberal, una mujer explicaba lo ocurrido: “Aquí ha habido fuego (…) pusieron dos ametralladoras y dieron tres tomas de atención. Al principio tiraban al aire, pero como los grupos no se disolvían, tiraron contra la gente.(…) En la calle Almansa hubo tiros, también en Amaniel”.

El saldo fueron varios muertos y decenas de heridos.  A golpe de metralleta se restableció la calma nocturna. Era el turno de descabezar al comité de huelga y así se hizo deteniendo a sus integrantes el 15 de agosto en el piso de la calle Desengaño. Sus cuatro miembros fueron detenidos y condenados a cadena perpetua en el penal de Cartagena.

Insisto en que no son estas líneas para desentrañar unos hechos situados en un contexto nacional e internacional complejo, pero no deja de resultar sorprendente el escaso eco que esta huelga general, la primera convocada en España con carácter indefinido, ha tenido en la historia del país y de Madrid.

No cabe duda que la revolución que iba avanzando imparable en Rusia tuvo su repercusión en nuestro país y que Alfonso XIII cuando vio las barbas de su vecino lavar echó las suyas a remojar desmontando una organización que, bien es cierto, estaba descoordinada. De hecho, aunque los partidos de izquierdas y los sindicatos abogaban por un profundo cambio del sistema, los sucesos se precipitaron y tuvo que ser la UGT la que tomara un mando para el que no estaba preparado en ese momento.

Estos hechos, indudablemente, influyeron en el  futuro de nuestro país y volvieron a demostrar que Madrid, por suerte o por desgracia, es imprescindible, tanto en las victorias como en los fracasos.

 

Jaime Cedrún

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