jueves, abril 18, 2024
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El día que aprendí a fumar

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Andaba yo con trece o catorce años haciendo el idiota a la salida de la escuela, esperando a ver si salían las chicas-en mi colegio íbamos a clase separadas-, y hablábamos con ellas, que eso era ya un triunfo-que las hablases y ellas te contestaran, claro-, y para hacernos los machotes comprábamos un paquete de tabaco entre cuatro. Fumábamos sentados en los poyetes de los portales, mientras decíamos las habituales tonterías de los adolescentes, en voz alta, pretendiendo llamar la atención.

Aquel día, varias compañeras se detuvieron junto a nosotros, con los libros sujetos sobre el pecho en una actitud defensiva -las chicas de entonces eran muy castas-, digna de encomio. Éramos los reyes del mambo. Allí estábamos los cuatro cinco machos-alfa del colegio, charlando como si nada con las más guapas del curso.

Pero ¡Ay!, de improviso noté una mano estrellándose en mi jeta y como los demás salían de najas, como si acabase de llegar el mismísimo diablo. Era mi padre, que casualmente pasaba por allí y me sorprendió en pleno fumeque. Sin decir nada, se dio la vuelta y se marchó.

Yo estaba acojonado: ¡la que me esperaba cuando llegase a casa!

Abrí la puerta con precaución, acariciándome la cara enrojecida por el bofetón, aguardando una retahíla de improperios y algún guantazo, pero todo estaba normal. Mi madre nos preparaba la merienda y mi padre leía el periódico Pueblo sentado en una silla. No dije nada y me fui a la habitación que compartía con mi hermano menor, hasta que mi madre nos llamó para darnos el consabido pan con chocolate ¡Sin novedad en el frente! Estaba alucinado, mi padre no se había chivado a mi madre-o si, pero estaba claro que su estrategia era diferente-, y todo parecía normal.

Al día siguiente, cuando salí del colegio, mi padre me esperaba. Sin abrir la boca, me hizo un gesto para que le siguiera. Tras caminar por varias calles, nos detuvimos delante del estanco del barrio. Mi padre entró y salió con un paquete de Ducados. Me lo dio y me dijo:

-Si vas a fumar, fuma, pero en casa y delante de tu madre ni se te ocurra hasta que no vuelvas de la mili.

En aquel momento comprendí que mi padre era un hombre de los pies a la cabeza, de los antiguos, de los que sabían educar a sus hijos.

¡Te echo de menos!

José Romero

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