sábado, abril 20, 2024
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Españoles, el G8 ha muerto… ¡Viva Soraya!

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Si de algo no se puede acusar a Mariano Rajoy es de incongruente. A Soraya Sáenz de Santamaría eligió, a ella se confió y con ella piensa seguir a su vera, en la legislatura más complicada de los últimos tres decenios. El que esperara una marcianada, o un ataque de entrenador como el de Zidane y sus cuatro delanteros en Varsovia, es que no conoce a Rajoy. Su Gobierno es bastante cabal, con alguna nota llamativa, y absolutamente previsible.

Los periodistas hemos llamado G8 a un presunto grupo de ministros que no le bailaba el agua a la vicepresidenta, casi por poder decir algo, porque el Ejecutivo de Rajoy no ha sido escandaloso en sus polémicas internas. No es que se reunieran en la histórica y confortable cafetería Rosales 20, como hacían los díscolos de Alfonso Guerra antaño, sino que parece que se agrupaban bajo la voz educada y políglota del ya exministro José Manuel Margallo. Varios de los ocho, como los diez negritos de Agatha Christie, han ido desapareciendo. Bueno, todos no, ahí sigue por ejemplo Luis de Guindos, con una macrocartera que suma Industria a la suya natural de Economía. Previsible, Rajoy fue a la presentación del libro de Guindos hace unos meses, cuando dijo que el hombre iba a las reuniones europeas “como un reo”.

Soraya Sáenz de Santamaría sigue siendo la todopoderosa vicepresidenta del Gobierno, con una competencia más: las administraciones territoriales, es decir, uno de los meollos de esta legislatura. Las negociaciones con las comunidades autónomas, particularmente compleja en el caso de País Vasco y Cataluña. Soraya Sáenz de Santamaría y Cataluña. Un día habrá que contar esta historia de jugadas subterráneas complementada con recursos de abogado del Estado.

Fiel a esa previsibilidad, un ingeniero estará en Fomento, un diplomático en Exteriores y un juez y exalcalde –que son los que más saben de temas de orden público– en Interior. De libro, vamos. Nada de meter a Morata en la banda.

­–Oiga, que Dolores de Cospedal no es coronela ni sargenta.

Vale, pero dele usted a la nueva ministra de Defensa al menos 100 días y un viaje a Irak para opinar, ¿no? El caso es que la secretaria general del PP ha trabajado en Interior, es abogada del Estado y, del mismo modo que a los militares el valor se les supone, a ella el sentido de Estado que requiere esta cartera, también. Su reto, además de mantener la marcialidad en los pases de revista y al mandar ¡firmes!, será ingeniárselas para resolver la papeleta de los pagos pendientes a la industria de la Defensa, anulados los créditos extraordinarios por el Constitucional. Un marrón tirando a caqui, vamos. Y, por qué no, conseguir que los españoles comprendan que la inversión en Defensa no solo es imprescindible, sino rentable para el país. Otro embolado al que los expertos llaman “cultura de defensa”. Entre sus huestes castellano-manchegas tiene a varios expertos en la materia, como para igualar los buenos momentos del otro albacetense que ha sido ministro de Defensa: José Bono. Curiosos guiños del destino.

Sustituirá a Pedro Morenés, al que los malvados puede que llamaran «el soldado desconocido», pero al que habrá que reconocer sus méritos. Además de abrir las misiones de las tropas a la luz pública permitiendo, ¡tras años de oscurantismo total!, el acceso de la prensa, ha conseguido poner orden en los pagos atrasados e incluso poner en marcha algunos proyectos que han dado puestos de trabajo. Delgado hasta extremos casi inauditos, seguramente esa figura afilada es la que ha permitido que la vuelta de las tropas españolas a Irak no haya supuesto un escándalo de «no a la guerra» de nuevo en las calles. Su mérito tendrá, después de los miles de horas que se ha pasado volando de Mali a Afganistán, de Yibuti a Lituania.

–Oiga, y los ministros que siguen, ¿es que lo han hecho bien para Rajoy?

Quién puede saberlo, dada la inextricable mente de Rajoy, pero Rafael Catalá, Isabel Tejerina, Méndez de Vigo, Montoro y singularmente Fátima Báñez tienen la recompensa de seguir en la foto. Aunque sea la foto de una legislatura endiablada. Ser ministro puede ser un marrón, pero peor es dejar de serlo.

Quienes buscan fisuras en el PP y en el ánimo infatigable e indestructible como una apisonadora a pedales de Rajoy, quieren ver una pérdida de poder la cesión de la portavocía a Íñigo Méndez de Vigo, ministro de Educación y Cultura. Podría ser, pero tras cinco años de ruedas de prensa semanales en Moncloa, más bien parece que la vicepresidenta se libera de cierta carga. De otro marrón.

–Oiga, le ha salido una columna muy pelota

Hombre, demos 100 días de gracia a este Gobierno, ya que hemos necesitado un año entero para que fuera nombrado. Ya vendrán los días que pinten bastos, no se preocupe. Que bastos, habrá.

Joaquín Vidal

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