No hay mayor regalo del cielo para España que una buena lluvia. Llama la atención que el diario monárquico no aproveche para colegir que la estrecha relación de Felipe VI con la lluvia torrencial no es otra cosa que una señal de un rey próspero. Ayer el Dios de la Lluvia lloró sobre Madrid, donde las Fuerzas Armadas demostraron que no se arredran ante los elementos. No se vio siquiera un resbalón de herraduras sobre el traicionero asfalto mojado.
Casi el mejor síntoma de normalidad como país es que sea capaz de celebrar su Fiesta Nacional.
-Vaya cosa facha- dirá alguno.
Pues mire, las fiestas nacionales las celebran todas las naciones, las del viento postcomunista más que ninguna.
A pesar de las lágrimas (de alegría, lo aseguro, la lluvia es un regalo) de agua que han caído este 12 de octubre sobre Madrid, el Paseo del Prado, por donde discurre el desfile, registraba una notable entrada de público.
Lo mismo se puede decir del graderío de invitados.
-Los enchufados, oiga.
-No hombre, no, que si uno tiene sus compromisos, imagínese un país de casi 40 millones.
Pero, un momento. ¿Todas las tribunas? No, todas no.
Unos cuantos que tienen sitio reservado, han hecho pellas esta mañana de 12 de octubre. Mire, no estaban invitados por su cara bonita. Resulta que quienes allí van con tarjetita disponen de ella por lo que representan y, sobre todo, a quienes representan.
En la grada de políticos había más sitios vacíos que en los 5 kilómetros de recorrido del desfile, lleno de pueblo.
Faltaron los aguafiestas. Puigdemont, Urkullu (parece que faltar el 12O va con el cargo de Lehendakari, más allá de que se sea un tipo razonable), Núñez Feijóo y Ximo Puig, a saber por qué.
También se ausentaron los podemitas. La alcaldesa era, dice, insustituíble en un congreso por sudamérica. Pablo Iglesias se quedó en la cama, porque «la gente no está para fiestas».
Dice que se celebra mejor a la patria en un desahucio que en el desfile solemne del Paseo del Prado. Discutible, pero el caso es que a él no se le suele ver en desahucio alguno. El año pasado, que también pasó de ir a sus obligaciones como representante de la soberanía nacional, este diario indagó en su agenda, la que usó como coartada. Resulta, dijeron en su partido, que se dedicó a trabajar «en favor de los derechos de los ciudadanos» en su casa. O sea, camastrón.
Sí acudió a la fiesta del cine, los Goya. Se ve que por la noche los españoles van mejor de derechos y no hay desahucios, y sí puede ir de fiesta. Y llevó un smoking criminal, por cierto.
Tampoco estuvo en el Palacio Real este mediodía. Se ve que es más solidario, preocupado y mejor español que los 1.700 que allí estaban. Se habló de política cuando el tema de la mojada en el desfile ya no daba más de sí. Y unos políticos exponían su punto de vista, que contrastaban con la sociedad civil (todos peores que Iglesias y su grey). Digamos que se hablaba y se dialogaba sobre España. Se trabajaba.
El Dios de la lluvia llora sobre México es una gran novela sobre las andanzas de Hernán Cortes por la tierra de los aztecas. No la escribió un español, y el autor no es complaciente con los españoles. Pero no resta un ápice de la epopeya de un país que tenía 5 millones de habitantes y acometió la aventura de explorar y hacerse con el control de un continente. Y lo logró. Llevaron allí lo que pensaban que era la mejor forma de civilización. Es fácil ver en el siglo XXI, con el relativismo del siglo XXI, lo que hacía una nación en el siglo XVI. Hizo lo que el resto de naciones hubiera querido hacer.
El Dios de la Lluvia lloró sobre Madrid, y bienvenidas sean las lágrimas en este país sediento y con representantes tan mediocres. Laszlo Passuth escribió sobre Hernán Cortes y la bella Malinche. Los soldados han desfilado y miles de personas han aguantado estoicas la lluvia. No sé lo que se escribirá de esto, pero el maestro Passuth jamás habría escrito de quienes se quedaron en la cama.
Joaquín Vidal