sábado, abril 20, 2024
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Beat Hotel

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Como un alarido y como un zarpazo, como un aluvión y como un estruendo, como el cántico inconcluso a lo infausto y a lo prodigioso. Así nació la “generación Beat”, así creció y así nos empapó de un estupor inasible y de un regüeldo de palabras.

Beat por latido, beat por cadencia, beat por los estragos de la fatiga, beat por la virtud gaseosa de la beatitud y de lo beatífico. Beat como santo y seña de una hornada de autores a lomos de la búsqueda y del rechazo. Ginsberg, Kerouac, Cassady, Burroughs, Lamantia, Orlovsky, apellidos de horma europea  que a golpe de verso inconforme aventaron los aires de la contracultura estadounidense. 

Ellos fundaron un “way of life” dionisíaco e inverso del que bebieron Dylan y Morrison, Joplin y Waits. Huérfanos voluntarios y tal vez felices de un país de cuyos valores renegaban en el sacrosanto nombre del descrédito. No a las convenciones, no a los imperios, no a los campos de batalla, sí a las proclamas de ritmo largo y desasosegado que abrasaban un himno despojado de patria. 

Se inmolaron sin piedad de sí mismos en el altar de su obra, consumiendo sus vidas en la pira donde ahúma el exceso: la sexualidad promiscua e indiferente, el temblor de las drogas y del alcohol. Se dotaron de un alma dúplice y hambrienta en el alambique de sus contradicciones: el esmero y la desvergüenza, la elevación y la podredumbre, la mística y los apetitos, la conciencia política y la depravación moral. 

Escribieron sin aliento y sin mesura, al dictado de su instinto y al cobijo de sus lecturas –cuánto Poe, cuánto Blake–, haciendo de la propia escritura un colérico trance. Devorados de ayahuasca, ebrios de bourbon,  incansables de delirio. Al viento del swing y de la improvisación, como solistas de jazz. En un solo rollo de papel escribió Jack Kerouac  “En el camino”, genuino manifiesto “beat”, en el ánimo de que cualquier distracción mundana pudiera sustraerle el demonio de la inspiración. Y en una agonía indescifrable compuso Allen Ginsberg su “Aullido”, deslizándose en racimos furiosos que iban desgajándose del irresistible “He visto las mentes más brillantes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos…”.

Concluye en esta semana la muestra con que el Centro Pompidou de París ha rendido homenaje a la inefable generación Beat. Fotografías, textos, objetos, incluso el rollo de la segunda versión original – de 36 metros de largo– de «En el camino» han encendido de verbo y de insurrección el aire esponjoso de la capital francesa. La conexión no es arbitraria: el París de la bohemia y de las vanguardias fue foco de sugestión y morada de desorden de William Burroughs, Gregory Corso, Allen Ginsberg, Peter Orlovsky, Brion Gysin, entre otros. París fue estación término de un estragado peregrinar desde la eclosión cultural de Nueva York y San Francisco al  corazón indómito de México y los hallazgos de alto y de bajo vientre de la ciudad internacional de Tánger.

Su guarida era el Barrio Latino de París, multiplicando su creatividad y su desmesura entre las paredes del Beat Hotel (9 Rue Gît-le-Cœur). Sórdido y descuidado, dotado de una sola bañera y escaso de juegos de sábanas. Pero sin embargo anhelado por artistas de todos los rincones bajo el embrujo de que sus alcobas acogieron los oficios de Monet y Pisarro: espectros en pensión completa. 

Madame Rachou, patrona del establecimiento, aceptaba que se pagara la estancia con dibujos y manuscritos, y alentaba a que los huéspedes pintaran y decoraran las habitaciones al dictado de su inspiración. “Such a lovely place”.

Ginsberg escribió en el Beat Hotel el fascinante “Kaddish”, invocación a la religión de los mayores –“Shema Ysrael”, “Svul Avrum”- y credo a dentelladas de un hombre que bendice al dios en la paranoia y en la homosexualidad.  En su salmódica estructura desanudaba muchas de las costuras de su tétrica historia familiar: los hogares de reposo, los electroshock, los delirios persecutorios, los nombres metálicos de los medicamentos, aguijones todos ellos de la locura que fue devorando a su madre. 

También en el Beat Hotel concluyó Burroughs las galeradas de “El almuerzo desnudo”, así como Brian Gysin practicó la muy empleada técnica del “cut-up” que combinaba – a la par de los surrealistas cadáveres exquisitos– recortes aleatoriamente mezclados que a su vez componían un nuevo texto. 

Así devastaba y reconstruía el mundo la raza omnívora de la Generación Beat. A tragos, a remiendos, a corazonadas.

Fernando M. Vara de Rey

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