martes, abril 23, 2024
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Pedro Sánchez, inconfeso y mártir

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Al político que ha dilapidado más votos en menos meses le están escribiendo un relato de mártir. Claro, que se lo están escribiendo los que nunca lo votaron, esos que se fueron a la sede de Ferraz el sábado a montar la bulla y pescar en río revuelto. Del mismo modo que los canales más cascabeleros han resucitado con intenciones espurias el cuerpo insepulto de José Luis Corcuera, La Sexta está sometiendo a estrés de plató a Josep Borrell, que es de los pocos que no hablan mal de Sánchez. Qué flaca, esclerótica, es la memoria.

Porque hace solo unos días, Sánchez era el hazmerreír colectivo. El exsecretario General del PSOE fracasó estrepitosamente en los debates de la campaña electoral, hasta el punto que se cree que movió hasta 16 puntos de porcentaje de votantes en contra del PSOE. El colmo de su humillación llegó cuando Pablo Iglesias lo ridiculizó susurrándole al oído –recordando a la serpiente del Libro de la Selva–: “Pedro, no soy yo, no soy yo, el adversario es Rajoy”. Un cinismo digno de antología, ya que Podemos es el causante directo de las debacles consecutivas del PSOE desde 2014.

En ese 2014, tras las elecciones europeas, Alfredo Pérez Rubalcaba presentó su dimisión al responsabilizarse de los malos resultados de su partido. Sacó más porcentaje de votos que Sánchez en las últimas generales. Lejos de asumir responsabilidad alguna, Sánchez, tras el petardo de “la noche histórica”, quiso salir el 26J diciendo que había ganado las elecciones. Alguien prudente le frenó. Tras el desastre de Galicia y País Vasco, ni dio la cara.

Pero lo importante es el relato. El que se pretende construir. El soberbio y torpe “qué parte del no, no entiende”, un absurdo táctico y estratégico político, ha pasado al olvido y algunos quieren hacer ver que Pedro Sánchez es un mártir de la democracia. Muerto sin siquiera derecho a confesión, de artera puñalada, dicen.

Por eso quizás haya que aportar algo al relato. Como el aislamiento absoluto de los consejeros y portavoces que ha mantenido el exlíder socialista. Un círculo de confianza que se estaba circunscribiendo cada día más a lo más íntimo, literalmente.

Las defensas heroicas siempre han tenido buena prensa en España. Debe ser una herencia de Numancia o de la resistencia en Filipinas de los de Baler, digo yo. Nunca logró Tomás Gómez más simpatías que cuando aguantó –no sin rezongar, eso es cierto– el asedio de Ferraz para colocar a Trinidad Jiménez al frente de la candidatura socialista de Madrid. Lo mismo se puede decir de alcaldes expulsados por moción de censura, resistentes en la mina, e incluso de deportistas como Perico Delgado, que caía mejor cuando ya no podía ganar a los gallitos del pelotón. Más de uno ha dicho, “coño, si me hubieran votado todos los que dicen ahora que me apoyan, presidente del Gobierno”.

Pero no ha de hacerse muchas ilusiones Sánchez con esto. Esa fama es pasajera, la política, en contra de lo que le susurraban al oído, no es márketing. Si fuera por márketing, él sería lo menos Papa de Roma o sucesor de Obama, será por pintón y puesta en escena. La política es política y los errores, en política, se pagan.

El resultado de la gestión de Pedro Sánchez al frente del PSOE es una enloquecida cuesta abajo en respaldos electorales, división frontal en su partido, al que ha dejado a merced de Mariano Rajoy y Pablo Iglesias, que han jugueteado con él como lo haría un domador de leones con un cachorro de bulldog francés.

Los apoyos indiscriminados a Podemos en ayuntamientos por toda España. La indefinición ideológica, bastante acomplejada con la arrogancia de Podemos. La vanidad y la soberbia a la hora de conducir el partido y sus conflictos internos. La ceguera a la hora de los pactos, influída por intereses e inquinas personales. La ingenuidad en los tratos con Iglesias. Sus pésimos debates electorales. Las vacaciones interminables en plena crisis política. Las campañas gallega y en País Vasco. Todo este debe se ha acumulado en la glándula de la indignación de sus compañeros, que han sido –dicen ellos– ninguneados.

Tomás Gómez, el saco de casi todos los golpes, recogió un último suspiro de simpatía antes de caer en el ostracismo y la precariedad laboral. Fue cuando Sánchez envió a unos guardias jurados a echarle del despacho y cambiarle la cerradura y, por cierto, poner una gestora, qué ironías tiene la vida. Se quedó hasta con la vespa de juguete de Tomás Gómez, hay que ser cruel y matón de patio del cole, que daba bastante pena en esos momentos y, por eso, movía a la simpatía que nunca logró por su acción política.

Enemistado con mucha gente, Sánchez no disimula nada con Rajoy. Cuando en su mal planteado debate cara a cara llamó al presidente del Gobierno de España “indecente”, Mariano marcó despaciosamente una marca en la arena con la punta de su zapato. Respiró y miró por encima de las gafas con esos ojos loquitos y miopes que van a su aire. En diciembre de 2015 se escribió el epitafio de Sánchez, improvisado en directo ante las cámaras de la tele y los estupefactos espectadores que atentos estábamos:

–De perder unas elecciones se sale. De lo que ha hecho, no, señor Sánchez.

Hasta a mi me dio miedo. Pedro se ve que no se enteró. Que ahora repase el vídeo.

Joaquín Vidal

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