martes, abril 23, 2024
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La caída del doctor Salazar

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Al doctor Oliveira Salazar, en pleno ejercicio de ese poder al que tan aficionado era y del que, sin duda, llegó a pensar que sería eterno, un buen día le dio un ataque cerebral. Primero vaciló un momento. Luego, perdió el equilibrio. Al final, se derrumbó de la silla desde la que presidía la reunión ministerial y dio con sus huesos en el suelo. Acudieron los ministros en auxilio del Presidente del Consejo. Con cierto alivio, comprobaron que todavía respiraba. En seguida llegaron los médicos. Unos instantes después, salía del palacio una ambulancia a toda velocidad. Ya en el hospital sólo pudo certificarse que el hasta entonces brillante cerebro del doctor Oliveira Salazar había sufrido daños irreversibles.

Desde entonces, en la dulce y cantarina lengua portuguesa, existe una expresión algo cruel y vengativa que recurre al neologismo darse una salazariza, para indicar que alguien se ha caído, pegándose la torta del siglo.

Lo más curioso del batacazo de Salazar fue, sin embargo, lo que ocurrió después. El Presidente del Consejo recuperaba de vez en cuando la conciencia, aunque no del todo la lucidez, y sus devotos ayudantes, movidos por la compasión y temiendo que el dictador sufriese innecesariamente al comprobar que las aciagas circunstancias habían forzado a privarle del ejercicio del poder, le entretenían firmando inexistentes decretos, recibiendo embajadores de pacotilla y dictando resoluciones que nunca nadie aplicaría. Así, entre un constante duermevela y la representación esperpéntica del poder, pasaron dulcemente los últimos años del dictador lusitano hasta que falleció sin sospechar nunca que estaba recluido en una clínica y, mucho menos, que a los pocos años su amada patria se libraría por fin de su larga dictadura gracias a la Revolución de los Claveles.

Al contemplar el espectáculo inenarrable que en estos días nos está dando a todos los españoles el Partido Socialista Obrero Español, uno no sólo se acuerda de los últimos años del doctor Salazar, sino que incluso empieza a sospechar si toda esa extraña tramoya que se ha montado en al calle Ferraz no responderá a una situación similar. Es entonces cuando uno se imagina al todavía Secretario General internado, tal vez en una celda monacal, quizás en una habitación aislada de un sanatorio de aquellos que hasta no hace tanto existían en la Sierra del Guadarrama, recibiendo ficticios emisarios de las federaciones territoriales, líderes fingidos de otros partidos y hasta representantes de pacotilla de las principales potencias mundiales para que les aconseje con su acrisolada sabiduría política y les ilumine sobre las sendas que mejor nos lleven a todos a un futuro de paz y prosperidad. Así al menos el bueno del Secretario General no sospechará nunca que también le han propinado una salazariza, pero eso sí, mucho más contundente que la que sufrió el doctor Salazar. 

Ignacio Vázquez Moliní

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