jueves, abril 25, 2024
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Elegancia y turismo

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Elegancia y lujo no son sinónimos, más bien es lo contrario. Lo elegante suele ser algo sencillo, natural, bello sin necesidad de que sea caro o exclusivo. En el turismo parece que ya estamos resignados al cemento y al plástico, a lo masivo y ruidoso. Pero cuando vemos el mesurado éxito de destinos como el Alentejo o como el Lake District o Escocia, o las estaciones balnearias del Báltico alemán, con paisajes cuidados, donde los pueblos son bellos y preservados del desastre inmobiliario, donde hay orgullo en la armonía y el buen gusto, creo que el turismo es compatible con la elegancia. Incluso en muchos lugares de países que llamamos subdesarrollados o en vías de desarrollo.

La elegancia es lo armónico, lo sensato y amable. Puede ser elegante un viaje con mochila y tienda de campaña, lo mismo que unas blancas y limpias alpargatas de siete euros más elegantes que un carísimo calzado de pasajera moda. Es elegante pasear en silencio por un monte y no lo es tirar el dinero sin ton ni son en comida basura y estridencia sin tope.

Cierto que la elegancia suele estar reñida con las masas y las aglomeraciones. Pero sobre todo tiene que ver con el buen gusto y es opuesta a la construcción horrenda, a la destrucción del paisaje, de las costas y de la naturaleza, a la chabacanería como modelo de turismo.

Hacer turismo por muchos pueblos de España, como por Almagro (Ciudad Real), por Llerena (Badajoz), por la sierra de Aracena (Huelva), o por el interior del Ampurdán, puede ser elegante sin ser caro. A condición de que los pueblos y paisajes estén cuidados y tengan atractivos más allá de monumentos cerrados y fiestas con más ruido que gracia.

Comprendo que ganar dinero a base de atraer turismo de masas puede salvar, temporalmente, empleos – de no muy alto nivel-, pero de lo que estoy seguro es de que se carga el destino, lo pisotea y lo banaliza. En muchos lugares de España se dedican a eso, a destruir el pasado, el presente y el futuro.

Alguna autoridad moral debería decir que hay que cuidar la arquitectura en los pueblos, cuidar las afueras, los jardines, los paisajes, que no se pueden poner desguaces de coches feos por las lomas, como en La Solana (Ciudad Real). Las cosas con buen gusto no son más caras que atrocidades como El Algarrobico.

En fin, en los comités de turismo y alcaldías hay que hacer menos caso a los constructores y más a personas con criterio estético, histórico y ecológico.

Pero las autoridades turísticas ( ¡qué nombre, «autoridades»!) siempre han visto en los ecologistas su némesis, su enemigo irredento e imperdonable. Si hablan con ellos, lo que es rarísimo, casi inusitado, y les escuchan es cuando no tienen más remedio y de mala gana y con mal humor. Los paisajistas, los ecologistas son vistos como los desbaratabailes y aguafiestas.

La OCDE viene insistiendo en la sostenibilidad ambiental, laboral y económica del turismo desde hace años, pero ¿cuántos alcaldes, consejeros de turismo o constructores prestan atención a lo que diga esa organización o leen sus informes? Creo de antemano que este artículo será calificado de elitista y quizá de reaccionario. Pero bienvenidos al debate.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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