viernes, marzo 29, 2024
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La casa dividida

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No sé qué es lo que está ocurriendo en España. No lo sé, de verdad. No entiendo nada. Hemos vuelto de nuevo a dividirnos en dos. Volvemos a ser un pueblo en el que eres de izquierdas o de derechas. No vale ser de centro. Esa posición política no está bien vista. Todos los días, cuando leo la prensa me asombro de los comentarios llenos de odio que segregan bilis contra una u otra opción. Por no decir de los ultranacionalistas que intentan convertir este país en un reino de Taifas, alegando ciertos derechos históricos y olvidando los siglos de convivencia conjunta. España era una provincia con los romanos y posteriormente un país con los visigodos. Después fue rota por la invasión musulmana-invasión, no lo olvidemos que parece que cruzaron el estrecho para darse una vuelta por Benidorm-, lo que obligó a una reconquista que duró cientos de años.  Pero lo que verdaderamente hizo de España un reino unido-mucho antes que casi todos los países europeos-, fue el Imperio. Castilla descubrió América y convenció a Aragón-debido a su clara vocación expansiva mediterránea-, que uniendo esfuerzos formarían la nación más poderosa del mundo. Y así fue. Durante siglos, nadie se quejó. Nadie pensó en los derechos históricos ni en los diferentes idiomas, ni identidades. Todo porque éramos una nación poderosa  por la que luchaban codo con codo, castellanos, catalanes, vascos, gallegos, andaluces…Porque se sentían orgullosos de ser españoles, de luchar por su Majestad Católica y-¿porque no decirlo?-, el inmenso negocio del que participaban muchos, especialmente las clases dominantes de todos los reinos que formaban el país. Existía un proyecto común y eso es precisamente lo que necesita una nación para sentirse como tal.

Pero llegó la decadencia-sobre todo la económica-, inevitable en cualquier imperio y hubo regiones que ya no estaban a gusto en la casa común, por lo que decidieron dirigir sus esfuerzos por otras sendas, olvidando a los miles de castellanos, andaluces, extremeños… etc, que dieron sus vidas, luchando en apartados y remotos lugares del mundo por ese proyecto en  común llamado España, del que también se lucraban catalanes y vascos.

Pero volviendo a la primera exposición de este escrito, tras la guerra civil y la dictadura de Franco, llegó una democracia consensuada por vencedores y vencidos que ha durado treinta y ocho años. Pero bastó una crisis económica mundial para que los que antaño estaban contentos con el régimen establecido, los que vivían medianamente bien con su coche, su casita hipotecada, su televisión de plasma y sus vacaciones en la playa, o los que estaban estudiando cómodamente para ser funcionarios de esta u otra administración, decidieron que lo que sus padres habían pactado ya no valía. Y todo se vino abajo. Por supuesto que una clase política mezquina, instalada en el poder y la corrupción, ayudó a que millones de personas pensaran que eran ciudadanos de un país tercermundista donde los niños morían de hambre por las calles.

Y los que añoraban la revolución, los que descendían de aquellos que perdieron la guerra civil-la más trágica de nuestra historia, pero no la única-, decidieron que era el momento de resarcir las viejas heridas, por lo que se echaron a las calles y luego se convirtieron en fuerza política. Y de nuevo España se dividió. Y algunos decidieron que no se llamaba España, sino Estado Español. Y otros decidieron que la historia había que reescribirla según sus intereses partidistas. Y la casa se convirtió en una jaula de grillos, con acusaciones de ¡fascistas! por un lado y de ¡comunistas! por el otro.

Y mientras tanto, los que no somos ni de un lado ni de otro, que nos dedicamos a trabajar, pagar impuestos y pensar que a lo mejor resulta que vivimos en uno de los mejores países del mundo; contemplamos la escena con perplejidad, sin saber que decir o hacer.

Pero no olvidemos que precisamente nosotros, los que simplemente queremos vivir, criar a nuestros hijos y trabajar en paz, somos la mayoría.

Y si no hacemos nada, seremos los culpables de que la casa se divida aún más y los tabiques sean tan gruesos que luego no podamos romperlos. Porque si seguimos así, más vale que echemos las llaves al mar de la historia para siempre.

José Romero

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