viernes, marzo 29, 2024
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The End

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No hace mucho tiempo, aunque sí en otra época de mi vida en la cual aún podía permitirme el lujo de devorar las páginas de alguna novela de acción que cayera en mis manos, o de ver alguna película sobre ese mismo género, recuerdo una constante que se repetía como hilo conductor del argumento en algunas de ellas, principalmente en las que se narraba una tragedia humanitaria acontecida en alguna parte recóndita del nuestro planeta. Esa constante argumental consistía en que el protagonista debía hacer llegar, a toda costa, un documento gráfico o de audio, a la prensa de un país “libre”, donde una vez puesto en conocimiento de la opinión pública, los gobiernos pertinentes tendrían la capacidad de reacción necesaria y suficiente, como para intervenir ante tan dramática situación humana y acabar con ella. El hecho de hacer llegar esas “pruebas” del horror a la prensa, significaba su erradicación.

¡Cómo han cambiado las cosas! Hace ya algún tiempo, sin duda demasiado, que todos conocemos la terrible realidad que millones de personas padecen a lo largo y ancho del planeta, con especial crudeza en los países de África y de Oriente Próximo. Lugares como Siria, Afganistán, Irán, Mali, Yemen, Etiopía, Eritrea, Ciudad del Cabo, Pakistán, Congo… Lugares que son el infierno, el más terrible, oscuro y macabro infierno. Lugares donde las personas no viven, solo sobreviven cada día a la miseria, la violencia, la tortura y la guerra. Lugares donde a veces sólo la muerte trae la paz, porque el horror que allí se padece es inimaginable.

Pero henos aquí a los ciudadanos de países occidentales, libres, democráticos y modernos, siendo testigos de la atroz existencia de seres humanos como nosotros, como podrían serlo nuestra mujer, nuestra madre, o nuestros hijos…   Observándolo desde el televisor, que nos permite cambiar el canal o mirar para otro lado, cuando las escenas se vuelven demasiado crueles, y logran estremecer nuestros estómagos, durante unos segundos, tal vez minutos, hasta que nuestra rutina laboral y nuestro estrés vital vuelve a envolvernos. Sin embargo, quienes viven cada día sumidos en el infierno, no pueden mirar a otro lado, simplemente no existe otro lado. Los niños y las mujeres son las piezas más vulnerables de ese tablero de ajedrez, en el que pisen sobre blanco o negro, el azote de la violencia les castigará sin ningún tipo de piedad.

En muchos territorios en los que ahora impera la yihad del Estado Islámico (ISIS), niños y jóvenes son secuestrados diariamente, arrastrados fuera de sus casas y pueblos, y arrancados de sus familias, como si de ganado se tratase. Unas piezas cuyo fin es la muerte para la mayoría de los pequeños, y la esclavitud sexual para las mujeres. Los niños son adiestrados para servir al ejército islámico como bombas humanas, como detonadores de bombas mina marchando delante de los ejércitos profesionales, o como degolladores. ¿Puede el lector imaginarse a su hijo menor de diez años, a su sobrino o a su nieto degollando personas tras haber sido expresamente adiestrado para tal fin? Atroz, horrible, nauseabundo…inimaginable.

Las mujeres son secuestradas para ser esclavas sexuales, infligiéndoles todo tipo de vejaciones, y acciones violentas que cada día van rompiendo su cuerpo y su alma.

Esto es lo que vino a ocurrirle a Yasmin, la joven iraquí que hace pocos días se quemaba viva ante el temor de sufrir nuevas violaciones por los soldados de ISIS que la mantenían retenida. La adolescente había sido violada cientos de veces por los yihadistas.

La adolescente pareció tener suerte cuando logró escapar de su cautiverio, consiguiendo sanar sus heridas físicas, pero las mentales eran demasiado duras y traumatizada por las violaciones y los abusos sexuales decidió prenderse fuego con el objetivo de evitar una nueva agresión sexual.

Yasmin había escapado de las garras de la organización yihadista y vivía en un campo de refugiados de Irak, sin embargo, decidió rociarse con gasolina y encender un fósforo para evitar que volvieran a violarla. La joven estaba tan atormentada por sus recuerdos que creyó escuchar las voces de sus agresores y pensó que la iban a secuestrar otra vez. Quería estar desfigurada y “fea” para que sus agresores no sintieran deseos de volver a tocarla. Simplemente, prefirió quemarse  y arriesgar su vida, antes de volver a pasar por ese terrorífico calvario, padecido cientos de veces.

Hoy, esta joven yazidí de dieciocho años, no tiene ojos, ni nariz, ni orejas. Se recupera en un campo de refugiados en Alemania. Sus heridas, las de su cuerpo adolescente y la de su alma atormentada, nunca podrán cicatrizar. Más de 3.200 mujeres y niños yazidíes todavía están en manos del Estado Islámico.

Según un informe publicado por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos y de la Misión de la ONU en ese país (UNAMI),  las violaciones de los derechos cometidos por el grupo terrorista Estado Islámico en Irak constituyen un «posible genocidio». El informe afirma que «El ISIS continúa cometiendo de forma sistemática y generalizada violaciones y abusos de la ley humanitaria internacional y de la ley internacional de derechos humanos. Estos actos, pueden suponer, en algunos casos, crímenes de guerra, crímenes contra la Humanidad y posible genocidio», y según los cálculos de la misión de la ONU en el país 18.802 civiles murieron desde el 1 de enero de 2014 hasta el 31 de octubre de 2015.

Quienes cada día visitamos desde nuestro sillón y a través de los medios de comunicación, estos lugares infernales, somos testigos de su tragedia humana.  No es necesario que ningún intrépido personaje de novela haga llegar a la prensa del “mundo libre” el testimonio de la cruenta realidad que asola tantos lugares de nuestro planeta, porque hoy, son los propios terroristas los que se ocupan de grabar las atrocidades que ejecutan, para causar el terror y el espanto entre quienes tienen la desgracia de verlos. Nosotros sí tenemos ojos, nariz y orejas; aunque a veces me pregunto si tenemos corazón. Hoy es el día…escribamos juntos “The end»

Borja Gutiérrez

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