sábado, abril 20, 2024
- Publicidad -

Fiesta, lidia y sangre

No te pierdas...

PETA, PACMA, gentrificación, turismofobia, heteropatriarcado. Víctor Barrio era un chaval de pueblo que seguramente hubiera achinado los ojos al oír todos estos términos. Este fin de semana la Fiesta se ha cobrado su tributo en sangre. No solo un torero, sino dos personas que asistían a los festejos callejeros con toros, uno en Alicante (Perdeguer), y otro en Zamora, en Fuentesaúco, en el Toro del Cajón.

Los toros, ya no habría ni que decirlo, es la fiesta de la vida y la muerte, a veces con todas las consecuencias. Lo cierto es que los toros como espectáculo, como fenómeno cultural, están ya heridos de muerte, agonizantes. Con media en las agujas. Pero este pesimismo informado no significa una claudicación intelectual ni moral. Para empezar, aunque se trate de la fiesta de la vida y muerte, y en el ruedo haya muerte siempre, ya se niega desde aquí que se trate de un espectáculo macrabro.

Es un lugar común de los antitaurinos decir que los aficionados a la fiesta van a la plaza a ver torturar a un toro. Hombre, eso es como decir que quienes van al fútbol van a ver cómo se pisotea la hierba. ¡No hombre, no! A los toros se va a ver el duelo entre bestia y hombre, en el que, con técnica y arte, el humano consigue domeñar una embestida asesina. Lo de asesina se reseña, aunque la página de sucesos ya lo deja claro.

Es la historia de la Humanidad. Pedro López Arriba explicaba hace poco que la historia del desarrollo humano consiste en el dominio de la naturaleza. Guardar agua para cuando no haya. Inventar algo contra la atemorizadora oscuridad. Cultivar plantas donde se necesita, con cosechas para evitar el hambre. Surcar las olas para ir a por peces y nuevos territorios. Y así, el pequeño paso en el que las civilizaciones mediterráneas luchaban contra el uro, una fiera corrupia que aterrorizaba las aldeas y destrozaba los rebaños, que los condenaba al hambre y los mataba.

Ahora todo esto está subvertido. La corriente animalista y los crecientes llamados derechos de los animales han hecho que de eliminar las salvajadas se pase a una perversión ética. Los animales no contemplan derecho alguno en su vida natural y salvaje. Pregúntale a animalitos como las urracas por los derechos de los pollos y crías de otras especies que torturan clavando en los espinos. O los derechos de las gallinas cuando aparece en escena el zorro. O los derechos del conejo al águila imperial. O el derecho de pernada del semental cimarrón con sus hijas y madre, sin distinción. Pregunten, pregunten, echen un ojo a la naturaleza real y desbocada.

Quizás la culpa de todo la tenga Walt Disney. Eso de que los lobos bailen claqué o que los osos te abracen amorosamente meciéndose al son del Libro de la Selva sin duda trastocó para siempre las mentes de la Humanidad. Tápense los ojos sensibles, las almas cándidas. Los osos cuando abrazan, matan (el abrazo del oso…); los leones no bailan claqué; los perros no saben cantar, aunque se llamen Pongo ni Bongo.

Los animales domésticos, domesticados, han perdido parte de su instinto básico, que es, por este orden, comer, beber, reproducirse y dormir a salvo todo lo posible. Sobre todo si es en un sofá.

Los toros de lidia no son animales domésticos. Media Europa está buscando reproducir, por su interés biológico, el uro, ya extinguido. Eso pasará en un par de décadas con el toro de lidia, el toro bravo, que se quedará para las pegatinas del toro de Osborne, en edición limitada y proscrita por la policía religiosa.

Pero esto no es el centro del debate. El toro, animalito él, en esta historia importa muy poco. Aquí las posiciones están en otra cosa que tiene que ver con esta ola de abolicionismo como causa general.

En esto tienen mucho que ver las nuevas formaciones que han llegado, sin mayorías casi todas, a los ayuntamientos a mandar. La corriente que está detrás cree que el turismo es malo; que es negativo que la gente vaya al centro a tomarse una caña; que los críos (crías) se críen en familia, mejor en manada; y así cosas como que haya tiendas de souvenires, torneos de tenis, grandes óperas, exposiciones monumentales; ah, y mi favorita, están contra los támpax. Según un ideólogo de la cosa, el heteropatriarcado es “un modelo milenario de dominación social y cultural”. Tan umbilicalmente metido en el ser humano que, reconoce, “es difícil separar la parte biológica de la social”. O sea, el modelo hombre, mujer, pareja, hijos. La leche.

Fuera la ley natural. El conocimiento comunicado, al principio en rústicos caminos, ahora en autopistas de la información, produjo la evolución de la especie a niveles tan sofisticados como el de la estulticia autodestructiva antes relatada.

Es curiosa la fijación con el turismo. Los regímenes totalitarios lo primero que prohíben es la entrada de turistas, para que no vean, para que no cuenten, para que no intercambien información con sus paisanos.

Turistas y toros. El taurinismo profesional ha convertido la fiesta de los toros, la Lidia, en un espectáculo para turistas. Desaforado en premios, injusto en su trato al toro, miren cómo somos de enemigos del toro. El ventajismo y la decadencia en busca de dinero fácil y triunfos fáciles le ha dado alas a los antitaurinos, que ven cómo prohibir festejos les sale barato en votos, porque lo que pasa en un ruedo ya no interesa a casi nadie, de aburrido que es.

Curiosa la falta de vitalidad de los toros en España comparado con la fortaleza y vigencia intelectual y hasta empresarial que tiene en Francia, donde es un fenómeno creciente. Basado en la autenticidad y la pureza de la Lidia. Sí, si quiere usted ver toros, vaya a Francia, los alberos, como antaño o verde, empiezan en los Pirineos.

“Permitir los encierros es una locura, es permitir suicidios”, dicen almas bienpensantes. Qué empuja a un mozo o moza a correr un encierro es algo que servidor no tiene en su ADN, o en su acervo cultural. Sin embargo es paradójico que de la misma manera que la Fiesta civilizada y ordenada, reglada y artísticamente pautada en forma de corridas de toros esté en decadencia, los chavales sigan llevando savia nueva a los encierros y toros callejeros en sus variadas formas, que no se prohíben ni en la Cataluña más nacionalista. Porque gustan e interesan.

Tampoco está en el ADN de servidor ir a una estación de esquí, y no por eso quiere que lo prohíban. Las estaciones de esquí son sitios peligrosos, donde la gente se hace esguinces, se pega unos talegazos de espanto y hay muertos todos los años. Muertos de los que no se publicitan en los medios, ya saben por qué. ¿Hay que prohibir esquiar? Quizás, ambientalmente no son demasiado buenas. Pero en esa lógica, qué decimos de ir en moto (ahí sí que estoy); fumar; hacer barranquismo; alpinismo; montar en bicicleta (demasiados muertos en bici, hagan algo ya). Y, ya llegados a éstas, prohibiremos estar gordo o meterse una barbacoa de secreto ibérico con chorizo, salchicha y vino a modo.

Nadie que va a una plaza y que yo conozca disfruta de la muerte de un toro, sí de que haya sido muerto en buena lid, sin sufrimiento y limpiamente. Eso se premia en el reglamento. Las orgías de sangre no son bien vistas en una plaza de toros, pero sí ve uno que son utilizadas con enfermiza profusión por los presuntos defensores de los animales. Curioso.

Este fin de semana tres familias están de luto (otra costumbre a extinguir, siquiera metafóricamente), tres muertos por astados. Muchos desalmados los han celebrado. Poca gente veo más sedienta de sangre que los que odian los toros, la Fiesta, la Lidia.

 Seguramente porque odian.

Joaquín Vidal

Artículo anterior
Artículo siguiente

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -