martes, abril 23, 2024
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Un policía de los antes

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Permítanme que les cuente una historia:

El Inspector Juan es un pasma de los de antes. A pesar de encontrarse cerca de la jubilación, ha rechazado todos los destinos burocráticos que le han ofrecido. Es un hombre pequeño, enjuto, con rostro serio. Siempre lleva su pistola en una sobaquera de cuero, como antiguamente, en plan Harry el sucio. Se han producido varios robos en el barrio durante las últimas semanas  y Juan sabe dónde buscar a los culpables.

Entra en el garito de mala muerte dejando el frio de la noche atrás. Huele a rancio, a sexo barato y la música esta baja. En la barra se apelotonan unos cuantos tíos con cara de comerse niños crudos, mientras que las mesas están ocupadas por los capos que beben junto a unas cuantas putas. Juan se dirige a la barra, como siempre con las manos metidas en los bolsillos de su americana barata. Allí, la camarera, una cuarentona con demasiado rímel en las pestañas, le saluda y pregunta:

-¿Lo de siempre?

-Lo de siempre Vanesa.

La mujer le sirve un guisqui con hielo, la bebida de los puticlubs. Juan da un trago largo. Es un ritual que siempre repite.

Con el vaso en la mano, se dirige a una mesa donde está un tipo del Este, moreno y cara de cabron, con dos mujeres malas que están muy buenas.

-¡Vamos Ilia, ven conmigo!-dice el madero.

El tío se levanta. Es enorme. En mal español, responde:

-¿Y si no quiero?

Juan deja el vaso encima de la mesa con tranquilidad. Las mujeres se levantan y se esconden en un rincón. El inspector Juan continua impasible.

-Si no vienes por las buenas, me tendrás que matar y entonces te pudrirás en una puta cárcel y cuando salgas tendrás sesenta años y ya no se te levantara. Escoge.

El jefe de ladrones no lo piensa, el madero sabe lo que dice. Se da la vuelta y se deja esposar. Juan sale a la calle con una victoria más. Y mientras otros policías se llevan al detenido en un coche patrulla, el Inspector se dirige a Comisaria andando, solo, con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, pensando en que ojala no se jubile nunca.

José Romero

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