viernes, marzo 29, 2024
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Un niño especial

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Nació pequeño con apenas dos kilos y pico. Se desarrolló con normalidad y pronto sus flacas piernas cogieron la suficiente fuerza como para sujetarse en pie. Fue a la guardería como tantos niños y siempre se portaba bien y aprendía rápido.

Llegado el tiempo de ir a la escuela, lo apuntamos al mejor de la zona. Se trataba de mi primer hijo varón. Ya había tenido una hija maravillosa de matrimonio anterior, que demostró-y sigue demostrando-, ser inteligente y con una creatividad fuera de lo común. Pero ya saben ustedes lo que los hombres sentimos por los niños: enseguida queremos que hagan todo lo que nosotros hicimos y todo lo que no logramos conseguir.

Pero hay comenzaron los problemas. Las llamadas de los profesores del colegio eran constantes. El niño era tímido, no avanzaba en el lenguaje y al principio lo achacamos a un problema de dislexia. Gasté mucho dinero en los mejores logopedas y mejoró un poco, pero no lo suficiente para su edad. Tras recorrer hospitales, especialistas y médicos de toda condición, el diagnostico resultó inexorable: tenía una discapacidad intelectual. Al principio eche la culpa a la madre, tan nerviosa siempre. Mis genes no podían ser los responsables, yo era un tipo inteligente, culto, melómano y amante de la pintura. Después comencé a pensar que se trataba de un castigo divino por mi vida disoluta y alocada. El peso de la culpa se tornó insoportable y era como una especie de pesada remora que me acompañaba alla donde fuera. La situación de pareja se hizo imposible y hui como un cobarde, posiblemente la única vez en mi vida que lo he sido. Cada vez que lo acercaba al autobús del colegio especial-ya separado de su madre-, y le veía con otros niños que incluso estaban en un grado más avanzado, volvía llorando en mi coche, donde nadie pudiese ver a este tipo tan duro encharcado en lágrimas. No podía soportarlo.

Pero pasan los años y uno se pone en paz consigo mismo. Eso tiene que llegar alguna vez, y acepta que tiene un hijo especial. Ahora puedo dormir por las noches.

Después engendré más hijos sin problemas. Alvaro ahora es un chaval con dieciséis años, que todavía sigue en un centro especial, donde aprenderá un oficio y podrá trabajar en un futuro, siempre bajo la supervisión de un adulto, pero ha mejorado mucho e incluso tiene su propio canal de Youtube. Le encanta dibujar y escribir historias de la Guerra de las Galaxias. Es alto y sigue siendo delgado.

De todos mis hijos, es el que más quiero, el que más me necesita

Alvaro, hijo mío, no eres lo mejor que me ha pasado. Eres lo único que de verdad me ha ocurrido en la vida. Gracias por haber nacido.

José Romero

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