jueves, abril 25, 2024
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Todos los necios felices se parecen

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Una de las mejores frases de la literatura universal, con la que Tolstoi inicia Ana Karenina, asegura que todas las familias felices se parecen pero es en la desgracia en lo que se diferencian. Muchos años después, en el terrible invierno del cerco de Leningrado, Curzio Malaparte escribió que todas las aldeas rusas se parecen y además tienen el mismo nombre.

Esta semana, cuando se ha visto la reacción de estúpida alegría con la que algunos trabajadores de la City londinense y muchos campesinos de Cornualles celebraban el resultado del referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea, uno no puede dejar de preguntarse si la nueva versión de la frase de Tolstoi no debería asegurar que todos los idiotas alegres se parecen, sólo se diferencian cuando llegan a percatarse del alcance de sus actos.

Todos los idiotas alegres se parecen, sólo se diferencian cuando llegan a percatarse del alcance de sus actos

Es asombroso, en efecto, ver que cómo esos sujetos con corbata de rayas y en mangas de camisa, muchos de ellos con rasgos asiáticos y algunos de tez oscura, rodeados de pintas de cerveza, dan saltos de alegría al conocerse los datos que confirmaban que la población británica había decidido abandonar la Unión Europea. Todos los estúpidos felices se parecen, y mucho más cuando uno comprueba que los que así se regocijaban no eran sino trabajadores de los despachos financieros de la City, sin duda uno de los sectores que con mayor dureza sufrirá en sus propias carnes las consecuencias de la decisión adoptada por el pueblo británico.

Es también sorprendente ver cómo un grupo de habitantes de Cornualles, tal vez humildes granjeros y modestos empleados de los escasos comercios de subsistencia de esa deprimida región, celebraban de la misma manera que el Reino Unido había decidido abandonar el barco europeo. En efecto, todos los estúpidos felices se parecen, y todavía más cuando es sabido que Cornualles sigue siendo objetivo prioritario de la política de cohesión de la Unión Europea y, por tanto, receptora neta de su ayuda.

El daño que han hecho a los demás países europeos será enorme, pero menos profundo y duradero que el que han infligido a sus propios ciudadanos

Pero es incluso todavía más llamativo comprobar hasta dónde nos ha llevado ese pretendido maquiavelismo de salón, que en realidad no es otra cosa que estupidez profunda, al que los dirigentes británicos, empezando por su Primer Ministro, se habían entregado. Todos los estúpidos felices se parecen, y más cuando uno comprueba que el daño que han hecho a los ciudadanos de los demás países europeos será sin duda enorme y persistente, pero mucho menos profundo y duradero que el que han infligido a sus propios ciudadanos.

Ignacio Vázquez Moliní

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