sábado, abril 20, 2024
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El hombre que apedreó a los franceses

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Bien conocido es por Vuestras Mercedes que en el acontecer de las Españas, hubo varones cuya grandeza de espíritu fue óbice para grandes hazañas y duros trabajos, pero ninguno jamás igualó aquel hijosdalgo nacido en la villa que dicen Trujillo, allá en las tierras castellanas extremas y duras. Famoso caballero llamado en la pila bautismal Don Diego García de Paredes y Torres, cuya fortaleza y orgullo, puesto siempre al servicio de la vera fe y de su Majestad Don Fernando el Católico, fueron dignas de tal elogio, que los escribanos, poetas y comediantes darán cuenta de sus hazañas mientras el mundo sea mundo y Dios Nuestro Señor, permita que haya hombres sobre la faz de esta bendita tierra española.

Pues siendo nacido de noble familia en el año de gracia de mil cuatrocientos sesenta y ocho, empeñado desde mozo en el ejercicio de las armas, crióse como mancebo espartano y fuerte como nunca fuese visto en un descendiente de Adán.

De buen parecer y donosura, dizque las comadres, que cierta noche, empeñado en aventura galante con una dama cuyo nombre no me es permitido decir por gallardía y honra, por verse más cercano en el galanteo, arrancó de cuajo y con sus propias manos, los fierros que guardaban la celosía de la dama. Pues sepan Vuestras Mercedes que la tal dama enojóse de tal manera al ver comprometida su honra de casada, juróle que hasta en misa le negaría. Don Diego, corrido por tal enfado, a fin de tapar la honra de su amada y curar el desdén amoroso, arrancó los fierros de toda la calle, de tal manera que fuese imposible reconocer el ventanal de la dama.

Pero siendo esta gesta digna de mención, no fue con mucho la más grande que la fuerza y caballerosidad de Don Diego. Apañó, pues años después, tras haber servido como soldado para grandes señores -entre ellos Su Santidad el Papa-, se encontró malherido en la villa de Barletto, en el año de Nuestro Señor de mil quinientos dos, a las órdenes de Don Gonzalo Fernandez de Córdoba, llamado El Gran Capitán, por su buen hacer al mando de las tropas de su Majestad Católica.

Siempre dispuesto a defender a su Señor y su patria

Resulta pues, que estando los nuestros en combate contra el Rey de la Francia Luis que dicen el doceavo de su real casa, por la tenencia del reino de Nápoles, se acordó un duelo singular entre once caballeros franceses comandados por el gran caballero Pierre de Bayard y once españoles, en defensa cada bandera del honor de su patria. Fueron escogidos los hombres de armas españoles y el mesmo Gran Capitán adentróse en la tienda de Don Diego para darle la nueva de que debía de combatir a pesar de sus males, lo cual aceptó de buen grado a pesar de que sus fuerzas flaqueaban y sus miembros sangraban, siempre dispuesto a defender a su Señor y su patria.

A tal fin, se dispuso un calvero rodeado de soldados venecianos, junto con los jueces y gran número de naturales del país, ansiosos por contemplar tan noble lid.

Comenzado el combate, acometieron los nuestros con grande estruendo e ímpetu durante cinco horas de denodada lucha. Quiso Dios Nuestro Señor, que fuera hecho prisionero el noble caballero español Don Gonzalo de Aller, pero Don Diego de Vera resarció el envite acuchillando y matando a un francés. Así mesmo, Don Diego García de Paredes, rindió e hizo cautivo a otro enemigo y siete caballeros de la Francia fueron a tierra, desmontados de sus caballos, guareciéndose tras sus cadáveres, lo que evito-bien sabían lo que hacían-, el postrer ataque español ya que las monturas de los nuestros no acometieron, espantadas ante el olor de la sangre de los animales muertos.

Los franceses pidieron detener la lucha, diciendo los buenos y gallardos caballeros que eran los españoles

Fue en ese punto, cuando acaecida la noche, los franceses pidieron detener la lucha, diciendo los buenos y gallardos caballeros que eran los españoles, en lo cual convinieron muchos de nuestros hombres, fatigados y con su honor a salvo, ya que el enemigo reconocía su valía. Pero Don Diego García de Paredes, pensando que era traición, y gritando que “de aquel lugar los habría de sacar la muerte de los unos o los otros” y puesto que en la contienda, había roto la lanza y perdido su enorme mandoble toledano, corrió donde enormes rocas limitaban el campo del lance, y con la  fuerza sobrenatura que el Señor le había regalado, comenzó a tirarlas al enemigo, que espantado ante aquel varón, más Titán que humano, huyeron del campo con el rabo entre las piernas, como cobardes zangolotinos, ante el asombro de las gentes y los jueces, que quien lucha como un héroe despierta la congoja en el enemigo y la admiración entre los hombres; quedando a fe mía la contienda decidida a favor de los españoles, dueños del campo.

A pesar de ello, los jueces -mal castigo les de Dios-, declararon la victoria incierta, de tal forma que declararon a los españoles con el nombre de valerosos y esforzados y a losfranceses hombres de gran constancia.

Cuando caminen por una ciudad de España y reconozcan el rotulo de una calle con el nombre de García de Paredes, sientan orgullo

En otras letras contaré las grandes aventuras de Don Diego García de Paredes y Torres, llamado el Sansón de Extremadura, cuyas gestas, duelos y pendencias han de ser contadas por los siglos de los siglos, a fin de ser conocidas en todas las Españas.

Cuando caminen por una ciudad de España y reconozcan el rotulo de una calle con el nombre de García de Paredes, sientan orgullo de ser compatriotas de aquel guerrero digno de la antigüedad. El olvido de aquellos que nos engrandecieron es norma en nuestro país y si Diego García de Paredes hubiese nacido en Kentucky, nuestros escolares sabrían de memoria sus hazañas y existirían multitud de películas sobre su vida.

Como fue español y de los buenos, nadie le recuerda.

¡Qué ingrata es nuestra tierra con los suyos!

José Romero

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