viernes, abril 19, 2024
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La joven francesa

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Mario y Juan toman el servicio a las diez de la noche. Después de que los mandos den las órdenes oportunas, beben un café en un bar cercano a la comisaria donde hacen precio a los funcionarios. Ya en el coche patrulla, comienzan a rodar despacio por las calles desiertas, mientras esperan alguna llamada de la emisora. Pero es martes y el trabajo es escaso. Llueve sobre Madrid y en ocasiones de forma tan intensa, que apenas distinguen las borrosas luces de los vehículos con los que se cruzan.

Continúa diluviando y la ciudad aparece con un aspecto fantasmagórico, irreal, detenida en el tiempo y el espacio.

A las seis de la mañana, cuando ya esperaban concluir la noche más aburrida del mundo, la central les ordena acercarse a una pensión del centro. Al parecer se escucha a una mujer llorar desconsoladamente.

Llaman al timbre y les abre el recepcionista de guardia. Un tanto nervioso  explica lo que ocurre. Al parecer, una joven francesa que se aloja en la pensión y que trabaja de camarera en un garito cercano, ha llegado demudada; llorando con desesperación y se ha encerrado en la habitación.

Ha escuchado golpes, arrastrar de muebles y luego el silencio más absoluto.

Los jóvenes policías golpean la puerta varias veces esperando una respuesta, pero nadie contesta. Temiendo que haya ocurrido un hecho violento, ordenan al recepcionista abrir  y este cumple sin rechistar.

Entran en la estancia. La muchacha es joven, no pasa de los treinta años. Hermosa y palida como un ninfa. Pero el cuerpo pende de una cuerda que ha pasado por su cuello y atado a una viga que divide el techo en dos. La descuelgan e intentan reanimarla desesperadamente. Pero todo es en vano.

Ha muerto. Hallan una nota escrita en mal español: su novio la ha dejado y no puede soportar la vida sin él. Ha muerto de amor, la muerte más estéril que existe.

El Juez de guardia ordena levantar el cadáver y la joven es introducida en una bolsa de plástico.

Los policías van a comisaría para dar parte de lo ocurrido.  Concluido el turno, se despojan del uniforme,  y cada uno vuelve a su casa. Mario, llega cuando su mujer se marcha al trabajo. Le ha dejado el desayuno preparado. Pero Mario no tiene hambre. Entra en la habitación donde duerme su bebe, una hermosa niña de un año y la besa en la mejilla. Se acuesta en la cama, junto a la cuna. Y cuando se tapa con la manta y pone la cabeza sobre la almohada, no puede evitar que las lágrimas salgan de sus ojos, acordándose, de la joven francesa con cara de princesa, que no comprendió que hoy en día, de amor ya no se muere.

José Romero

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