sábado, abril 20, 2024
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Hiroshima de nuevo

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Uno no sabe muy bien qué es lo que el Presidente Obama, aparte de depositar un ramo de flores, ha ido a hacer a Hiroshima. Uno se imagina que ni siquiera habrá tenido la posibilidad de pasear despacio por la orilla del río Ota y meditar, mientras se escucha al fondo el triste y constante tañido fúnebre, sobre lo que ocurrió en aquella mañana del 6 de agosto de 1945. El Presidente Obama también habrá visitado el memorial en el que se conservan los recuerdos y testimonios de la explosión nuclear. Habrá visto muy por encima, con las inevitables prisas de las delegaciones oficiales, el reloj de pulsera fundido sobre el brazo se su propietario, las siluetas humanas impresas sobre la piedra o las fotografías de los niños abrasados, deambulando todavía entre los restos de lo que fueron sus casas.

Se habrá fijado tal vez en ese cartel que dice, en el parque que rodea las ruinas sobre las que sobresale la cúpula de Genbaku, que está prohibido tocar las palomas. Quizás se haya detenido también para leer alguno de los testimonios de los sobrevivientes que, como mi amigo Shintaro Yokochi, vieron cómo aquel funesto día el sol se desplomaba sobre la hermosa ciudad de Hiroshima, derritiendo personas, evaporando el río y calcinando edificios.

El Presidente Obama no ha ido a Hiroshima a pedir perdón, ni tampoco a meditar sobre el espanto que los hombre podemos provocar. Seguramente, no habrá leído otra cosa sobre Hiroshima que no sean los concisos informes y esquemáticas notas redactadas por sus eficaces asesores. El Presidente Obama no habrá tenido tiempo de pasar una tarde charlando con cualquiera de esos supervivientes –cada vez menos numerosos– que, como Yokochi, conservan en su mirada el horror del siglo XX, concentrado apenas en unos segundos. El Presidente Obama seguramente tampoco habrá tenido tiempo para ver esa excelente película de Alain Resnais que es Hiroshima, mon amour.

El Presidente Obama quizás no haya oído hablar de Alain Resnais, ni de Marguerite Duras, ni tampoco de ese cerezo que todas los años contempla el Emperador para decretar, al observar la pujanza de sus nuevos brotes, que la primavera ha comenzado. Al Presidente Obama quizás no le interese tampoco saber que muy cerca del memorial de la bomba atómica existe un pequeño terreno que entre las familias vecinas inundan todos los años para plantar las nuevas matas del arroz que, como vienen haciendo desde el siglo XVI, unos meses más tarde compartirán como símbolo de paz y fraternidad.

Ignacio Vázquez Moliní

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