La Delegada del Gobierno en Madrid quiso convertir la final de la Copa del Rey en un combate de banderas. La prohibición de la estelada, ajena a la libertad de expresión, suponía, además, el riesgo de constituir en si misma una incitación a la radicalidad. Una decisión que, como algún dirigente del PP ha señalado, da armas y argumentos a las formaciones independentistas.
En medio, como siempre, los que defendiendo todos los derechos asistimos a los habituales desatinos.
Puigdemont pretendía ser mártir de la causa, como Colau, y enseguida afirmaron que no vendrían a Madrid. La Alcaldesa de Madrid afirmó que si Colau no venía ella no iba, en notable desaire al alcalde sevillano. Cosas que a la Señora Dancausa, que estaba por radicalizar el asunto para hacer algún merito, le importaban, efectivamente, un comino.
Resuelto por la cordura judicial el desatino, todos llenaron los palcos que, hasta antes de ayer, detestaban. La conclusión del episodio ha sido doble: la sensatez de la ciudadanía y la sensación de que Dancausa ha enredado el asunto con fines bastante politiqueros y electoralistas. Lo que le interesaba era su propia bandera: la del sectarismo político.
Formo parte de las filas de la libertad de expresión, el respeto a todos los derechos, incluido el de decidir y al federalismo. Quiere esto decir que me molestan las prohibiciones, especialmente cuando estas tienen toda la pinta de un abuso de Ley o expresan, sencillamente, una gratuita persecución de ideas que pueden legítimamente defenderse.
Y en realidad este es el asunto. Que una Delegada del gobierno abuse de su posición para organizar una manipulación bastante grosera de la Ley del Deporte es grave; que un Juez deba desautorizarla es más grave todavía; que se perciba amenaza en una bandera cuatribarrada, con estrella o sin ella, pero se permita toda la parafernalia nazi desfilar por las calles de Madrid es un escándalo.
La tolerancia con la expresión del odio y la intolerancia con ideas de libertad de expresión hacen a Dancausa incompatible con el cargo
La tolerancia con la expresión del odio sumada a la intolerancia con ideas amparadas por la libertad de expresión hacen a la Señora Dancausa incompatible con el cargo.
Afortunadamente, la ciudadanía catalana o española es mas sensata que sus líderes y el combate de banderas quedó en anécdota. Pero viene el episodio de las banderas a confirmar la alegría y la falta de rigor con que se juega con los sentimientos y los valores de la gente, incluidas sus libertades.
En ningún caso los demócratas sufren porque se expresen libremente ideas y sentimientos. La democracia sufre cuando, en nombre de la Ley y las legitimidades, se convocan causas generales sobre el derecho a expresarse o se vulneran legitimidades democráticas, aquí o allí.
La política española, la catalana probablemente más, está necesitada de cordura, diálogos y respetos mutuos. El gestor político, más si en realidad ejerce en funciones, debe atender a la cordura más que a la creación de innecesarias tensiones.
La gestión de la situación en Catalunya es, sin duda, uno de los retos que tiene la política española. Una situación enquistada que ha venido a complicarse con numerosas intervenciones judiciales poco entendibles en el pasado.
La decisión del Juez que corrigió a Dancausa es un buen argumento para explicar que no deben confundirse acciones de gobierno con comportamientos de todo el estado y sus instituciones; pero tan solo es un gesto entre una catarata de errores que nos han conducido a situaciones notablemente radicalizadas.
Como ha quedado dicho, una forma parte de las filas de la libertad de expresión y el respeto a todos los derechos, incluido el de decidir, pero afirma, que la agenda que hoy nos preocupa es la de los derechos sociales y la equidad. La bandera de Dancausa, como las de otros, persiguen precisamente que ignoremos la agenda que debe ocuparnos.
Libertad Martínez