jueves, abril 18, 2024
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Los amigos sabios

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Una de las muchas cosas buenas de la existencia es tratar de vez en cuando, y para compensar la pesadez de tener que lidiar con tanto botarate como hay suelto por la vida, amigos de una profunda e impactante sabiduría que nos hacen los días no sólo más llevaderos sino sobre todo mucho más fructíferos y memorables. Esos sabios son los que conocen el secreto para enfrentarse a la vida con auténtico éxito, buscando la felicidad y dejando al margen todos esos afanes descabellados y angustias innecesarias que, como si fueran imprescindibles, son los que nos amargan la existencia.

Son amigos de una sabiduría profunda y ancestral, como ese poeta de luengas barbas que pasa sus días en un pequeño pueblo, contemplando la vida desde su ventana y regalando al mundo, cada pocos años, un nuevo y todavía más sorprendente poemario. O como ese otro que, dejando de lado las prisas innecesarias de la vida actual, se dedica a estudiar como un nuevo Maeterlinck la vida de las abejas y a luchar con todas sus fuerzas para que las colmenas no desaparezcan de nuestras sierras.

También hay otros amigos que juntan a esa sabiduría profunda el tesoro de una erudición asombrosa, alejada de toda pedantería. Nunca dudan en compartir todo lo que saben con una generosidad que, en los tiempos que corren cuando casi nadie regala nada, nos reconcilia un poco con el género humano.

Uno de estos amigos es Joanna Burke, responsable de los centros culturales británicos en toda Europa. Es una de las mejores sinólogas actuales, sobre todo experta en el período de la China republicana. También es una de las escasas tañedoras europeas del guzheng, esa especie de cítara china de suaves y tímidas notas que parecen pensadas para oírse en la lejanía, con los ojos apenas entornados, en un tranquilo rincón de la ciudad prohibida.

Joanna me contó que ese misterioso poema chino, que me regalaron mientras esperaba hace unos días en el aeropuerto de Dublín, es uno de los más conocidos del poeta Zhang Ji, escrito en tiempos de la dinastía Tang, hacia el siglo VIII de nuestra era. Se titula Noche de amarre y se refiere al famoso Puente del Arce que todavía hoy existe en la ciudad de Suzhou. En sus cuatro versos describe las sensaciones del poeta al contemplar cómo desciende la luna mientras un cuervo grazna en la escarcha. A la sombra de los arces, un pescador mueve su antorcha. Luego, y se escucha la campana de medianoche del lejano templo. Leyendo estos versos uno se da cuenta que Zhang Ji también es, a través de la lejanía de los siglos, uno de esos amigos profundamente sabios que, como hoy Joanna, hacen mucho mejores nuestros días.

Ignacio Vázquez Moliní

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