jueves, abril 18, 2024
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Autobús al cielo

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-Han pasado muchos años -Pepe-.

Mi interlocutor es un viejo amigo, Guardia Civil cabal, con bigote como debe ser en un miembro de la Benemérita. Hace tiempo que se jubiló y ahora disfruta del merecido retiro junto a su mujer en un chalecito que compraron en el pueblo. Es un hombre enjuto, con ciertos problemas de salud.

-Ya sabes -apostilla-. Colesterol, artrosis y todos esos problemillas de la edad.

Estamos tomando unas cañas en un bar del centro de Madrid donde hemos coincidido por casualidad, porque habíamos perdido el contacto. El reencuentro es sincero ya que siempre nos hemos profesado un buen cariño, de esos que están siempre presentes, aunque no te veas durante meses.

-Fue el día 14 de Julio de 1986 -continúa-. Yo tenía 18 años, era un niño, Pepe, un crío que soñaba con cambiar el mundo, con servir a los demás y esas cosas que te inundan la cabeza cuando eres joven. Pero mi verdadera pasión eran las motos, me encantaba sentir el aire fresco sobre la cara, volar sobre dos ruedas por las carreteras. Me hacían sentir libre. Todas las mañanas nos llevan en varios autobuses desde la Agrupación de Tráfico de la calle Príncipe de Vergara, hasta la Venta de la rubia para hacer prácticas. Era el hombre más feliz del mundo, pues estaba cumpliendo los dos sueños de mi vida: ser Guardia Civil y además de Tráfico, con mi moto, mis botas altas, que mí novia -ahora mi mujer- me viese vestido con esa uniformidad que nos gustaba tanto a los jóvenes.

Se detiene para tomar un trago de cerveza, ya que hace calor en Madrid.

-No noté nada cuando-prosigue-, estalló el coche bomba. Era como si el tiempo corriese más despacio, como en cámara lenta. Estaba tirado en el suelo del autobús. Me toque el cuerpo y comprobé que no estaba herido. ¡Aquella mañana Dios se acordó de mí! A mí alrededor todo era caos, cuerpos ensangrentados y rotos. Eran mis compañeros, con los que me reía, con los que estudiaba, con los que salíamos a pasear por Madrid, que a los de pueblo como yo, nos entusiasmaba. Atendí a los heridos como pude ¿Has visto alguna vez las heridas que provoca un trozo de metralla? Comenzaron a llegar las asistencias médicas, la Policía y se hicieron cargo. Yo no quería irme, pero casi a la fuerza me introdujeron en un coche y me llevaron al hospital La Paz. Al día siguiente me dieron el alta y estuve unos días de permiso en casa de mis padres. Resultaron heridas 32 personas-entre ellas varios civiles-, y 12 de mis compañeros murieron.

Se detiene de nuevo. Es pasmosa la tranquilidad con la que narra aquella trágica situación.

Es pasmosa la tranquilidad con la que narra aquella trágica situación

-A lo largo de mi vida, siempre he intentado ser un hombre honesto, valiente, abnegado. He recorrido miles de kilómetros en mi motocicleta, ayudando, corrigiendo, persiguiendo delincuentes. He tenido dos hijos: uno es médico y el otro Guardia como yo. Pero hay algo que me preguntó desde entonces y que nunca me ha dejado dormir más de cuatro horas seguidas.

-¿Qué es?-pregunto con impaciencia.

-¿Por qué yo, Pepe? ¿Por qué no morí con mis compañeros aquella mañana? Debía de haberme ido con ellos, seguir riendo, montando en moto en el Cielo, ayudando a los demás desde las alturas. Pero se me otorgó el poder seguir viviendo y lo he hecho lo mejor que he sabido, honrando siempre el uniforme que he vestido durante la mayor parte de mi vida.

Se echa a llorar desconsoladamente. Es muy duro ver a un hombre de su edad -de cualquier edad-, derramar tantas lágrimas saladas y a mí se me pone un nudo en la garganta.

-Lo siento -dice secándose los ojos con un pañuelo-. Desde aquel día no había podido llorar. Me había sido imposible ya que mi alma estaba seca completamente.

Nos despedimos tras media hora de conversación y cada uno se dirige en dirección opuesta al otro, pero antes, tras separarnos unos metros, se vuelve de nuevo en plena calle Preciados y me dice:

-Dime que mereció la pena, Pepe. Dime que mereció la pena la muerte de tantos hombres y mujeres buenos, por favor.

No se si mereció la pena, pero lo que si estoy seguro es que ellos, con su sacrificio, labraron el destino de España, el futuro de la democracia que ahora disfrutamos, de los millones de conciudadanos que ahora viven en un país moderno reconocido en todo el mundo. Y lo que también estoy seguro es que todo aquello no fue en vano, ya que siempre estarán en nuestra memoria, en la memoria de las personas justas y honradas y -espero-, en las pesadillas de los asesinos y sus acólitos.

Cuando llego a mi casa, no puedo evitar llorar acordándome de mi amigo, el Guardia Civil que quiso morir junto a sus compañeros en el único autobús que tuvo ruta hacia el Cielo. Porque estoy seguro, que aquella mañana de Julio de 1986, los ángeles se vistieron de verde para recibirlos.

José Romero

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