miércoles, abril 24, 2024
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El misterio de los anónimos

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Las cartas por internet enviadas a la prensa, casi siempre bajo pseudónimo, son un ejemplo de un anonimato que sirve para insultar, tirar la piedra y esconder la mano. Eso no es libertad de expresión.

Mandar anónimos siempre estuvo mal visto e incluso considerado delictivo. Los anónimos servían para hacer chantajes o difamar. A veces, eran tema de novelas de misterio. No es lo mismo que ir de incógnito, que sirve para proteger de la curiosidad malsana a los actores o personas muy conocidas. El incógnito es un disfraz desenmascarable, una ingenua pantalla de pelucas y gafas de sol.

La rabia de los anónimos es particularmente virulenta en los asuntos nacionalistas, donde los ocultos remitentes expresan a menudo un atávico odio recíproco. En el Financial Times tuvieron que suspender los comentarios a varios artículos en que se hablaba de Cataluña porque se desencadenaban batallas de insultos entre unionistas y separatistas. Todo muy irracional y sesgado.

Miren por ejemplo los tweets que recibe la periodista Pilar Rahola, independentista catalana que escribe en La Vanguardia, y miren los de los independentistas que contestan. Parece Yugoslavia.

Se puede disentir, sentirse herido por los indiscriminados ataques de Rahola a España y los españoles –yo también me siento atacado por ella a menudo pues nos denigra -, pero no se puede insultar bajo la cobarde máscara del anonimato. Si se tiene que decir algo, digámoslo con nuestro nombre y apellidos. La razón debe ser clara y transparente. Pilar Rahola fustiga el españolismo y a los españoles, a los que parece detestar, pero lo firma. Atrévanse a criticarla con nombre y apellidos, y sin insultar. Si tan seguros estamos de nuestras opiniones, ¿por qué no identificarnos?.

Si tan seguros estamos de nuestras opiniones, ¿por qué no identificarnos?

Los periódicos podrían exigir la identificación clara de los comentaristas a los artículos, como se hace con las ‘Cartas al director’ por escrito, para que las páginas interactivas no se conviertan, como está pasando, en un pozo de basura, usualmente agresivo, machista, racista y hasta sanguinario. Hace unos años el periódico digital Christian Science Monitor abogó por la desaparición del anonimato en los comentarios de los lectores. Sin éxito.

Es verdad que el anonimato y la privacidad tienen límites por motivos de seguridad personal en países dictatoriales, donde hay que protegerse de la persecución política ilegítima (Rusia, Irán, Venezuela, Turquía, Arabia Saudita, etc). Pero no en países como España. El anonimato para insultar es algo equivalente a descargar ilegalmente libros y películas, burlando los derechos del autor, o al vandalismo de las pintadas y los destrozos en jardines. Es una conducta que está cubierta por la nocturnidad, la impunidad y la irresponsabilidad.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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