jueves, marzo 28, 2024
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El tío Perete

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Las películas del Oeste nos acostumbraron al póker, un juego con el que se puede dejar uno las pestañas y salir del «Saloon» trasquilado. La televisión ofrece también concursos de póker en antros diversos con jugadores vestidos y tocados estrafalariamente, gafas oscuras y semblante imperturbable. En España tenemos otro juego de envites, el mus, un juego a cuatro en el que asimismo se pueden arriesgar las pestañas aunque es más habitual apostar garbanzos secos. Este juego tiene varios tipos de envites y uno muy especial, el “órdago”, para arriesgar toda la partida.

También tenemos campeonatos de mus. El 20 de diciembre pasado empezó un torneo nacional que suele celebrarse cada cuatro años. A todos los jugadores les tocaron malas cartas. Si solo se tiene un cuatro, un cinco, un seis y un siete de cualquier palo, se dispone de la peor combinación, la llamada “jugada del tío Perete”. Solo con mucho valor y arrojo se puede, entonces, intentar algo aunque con pocas esperanzas. Les puede tocar a la vez a todos esta jugada.  

En el mus conviene mantener un semblante impasible para que nadie adivine nuestros naipes sin perjuicio de pasar mediante muecas y de palabra mensajes ciertos o falsos para comunicar al compañero las cartas que uno alberga y despistar a los adversarios. Nuestros contendientes se sentaron, naturalmente, por parejas: Mariano con Pablo y Pedro con Albert.

– Me toca abrir, dijo Mariano nada más ver sus cartas.

– ¿Seguro? preguntó alguien.

–  Totalmente: me toca a mí.

Tenía razón. El árbitro del torneo le dio la palabra.

– Paso, dijo Mariano

– ¡Cómo que pasas! se indignaron todos. No puedes hacerle ahora este feo al árbitro soberano: ¡exigiste empezar!

– Pues paso, insistió Mariano. Se llama un pase negro. Luego me volverá la mano. Entretanto, veré de qué sois capaces los demás aunque ya habría que repartir de nuevo las cartas.

–  Para ello hace falta antes que alguien inicie el juego, señaló el árbitro. Si Mariano pasa, habla tú, Pedro.

– Yo creo que habría que repartir otra vez las cartas insistió gestualmente, aunque sin éxito, Mariano.

Pablo no expresó este criterio abiertamente pero todos percibieron en su lenguaje facial que pensaba lo mismo. Pedro se puso de acuerdo con Albert y se fue inmediatamente a por todas.

– ¡Órdago!

– ¡Fantástic! apoyó Albert.

– No lo veo, dijo tranquilamente Mariano.

– Yo lo vería si cambias de pareja y me pones en lugar de Albert dijo Pablo, tan incompatiblemente celoso de Albert como éste de Pablo.

–  Mira, le repuso Pedro, yo estoy jugando con Albert y no puedes pretender que cambie de pareja en mitad de la partida.

– Allá tú, manifestó Pablo. Ya verás cómo me repartirán mejores cartas que a ti la próxima vez.

– Ya veremos, murmuró Pedro.

– Debieras de apoyarnos, le dijo Albert a Mariano.

– ¡Jamás! exclamo este último. Ya sabes que vengo proponiendo un equipo de los tres contra Pablo bajo mí batuta, naturalmente.

– Imposible Mariano, sentenció Pedro.

Dejaron los naipes y se levantaron. Se quedaron discutiendo alrededor de la mesa de juego.

– Pretendes dirigir pero no ofreces nada a cambio, dijo Albert. Más que un pase negro debieras haberte marchado. Tú forma de jugar no gusta y, además, no eres transparente.

– ¡Tonterías! Aquí el que debe lanzar órdagos soy yo: Pedro, hazme caso o se repartirán de nuevo las cartas. Tú tendrás la culpa.

– ¿Yoooo? contestó irritado Pedro. Mi familia no te quiere pero no solo ella. Nadie quiere asociarse contigo y todos queréis hacerlo conmigo. La culpa de que no podamos jugar la tiene Pablo que quiere volver a barajar las cartas.

– La culpa será tuya, Mariano, señaló Albert por abstraerte de todo.

– El culpable es Pedro, gritó Pablo. Si me hiciera caso tendríamos una partida revolucionaria y podríamos poner patas arriba este juego que solo favorece a quienes pueden adquirir garbanzos de lujo.

Mientras, los espectadores se están impacientando. Han pagado su entrada y los jugadores no se ponen de acuerdo. Lo de repetir el torneo fastidia a los asistentes porque retrasa su agenda, impide hacer otras cosas y, además, les cobrarán de nuevo la entrada. ¿Volverían a asistir otros tantos espectadores al nuevo torneo? ¿Reconocerían el esfuerzo de Pedro y Albert? ¿Se sentarían en las mismas localidades?

Unos cambiarían de sitio pero otros también y tras repartir de nuevo los naipes el resultado podría ser otra vez la jugada del tío Perete para todos. ¡Menudo escalofrío! Igual, cuando el rayo verde de la puesta del sol, los jugadores inician la faena. El árbitro soberano les ha convocado. ¿Será para animarles a ello o para certificar la defunción de este corto lance? Vela a Santa Rita.

Carlos Miranda

Embajador de España

Carlos Miranda

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